Carga la bala accionando el cerrojo con un movimiento rápido y enérgico. Sostiene firmemente el arma entre las manos, con ambos brazos extendidos. El cañón apunta al blanco, el ojo guía el alineamiento de la mira frontal con la trasera. Después, con respiración pausada, apoya delicadamente el índice en el gatillo. Es entonces cuando, en una fracción de segundo, el universo estalla: el casquillo sale despedido por un lateral, la detonación restalla en los tímpanos pese al casco antirruido, el retroceso propulsa hacia atrás la parte superior del torso y eleva el cañón una decena de centímetros. Tras la explosión, el mundo se reduce al olor acre e invasivo de la pólvora.
Con la ayuda de unos prismáticos, Sandra examina el blanco, instalado sobre un soporte de madera plantado en el árido suelo del campo de tiro. Con una gran sonrisa en los labios, deposita su Smith & Wesson MP Shield (...)