Tanto en Oriente como en Occidente, el ser humano siente nostalgia de un tiempo en el que los frutos de la naturaleza se obtenían sin trabajo: es la Edad de Oro en Hesíodo, el Edén en el Génesis, la Gran Inseparación (Datong) en Confucio, etcétera. Esos tiempos felices no conocían la ciudad, emblema del trabajo humano, pues, de todos los lugares, es aquel en el que dicho trabajo más ha transformado la naturaleza. En la Biblia, este lugar es explícitamente nefasto: la ciudad es obra de Caín, asesino de su hermano y por ello maldito, expulsado del campo fértil. Condena inapelable también en Confucio, donde la ciudad, con sus fosos, es un símbolo de privación y de una decadencia irremediables.
Ahora bien, tanto en el Este como en el Oeste, son las ciudades las que han ostentado el poder y por ello han escrito la historia. En particular, son ellas las (...)