Quienes denunciaron la ilegitimidad y la arrogancia de la guerra desatada por Estados Unidos en Irak hallan una especie de consuelo o de confirmación en la recepción mitigada que la población reserva a las fuerzas de ocupación. La atención que los medios siguen brindando a ese país permite ver a una población descontenta, indignada por los excesos cometidos, que reivindica derechos aparentemente pisoteados y que muestra su lucidez acerca de las intenciones de la administración estadounidense. Son muy escasos los reportajes que sugieren cualquier tipo de adhesión a los proyectos del ocupante. Las críticas se imponen ampliamente. A menudo se escuchan expresiones como “la situación es peor que antes de la guerra”, “los estadounidenses son como Sadam”, etc.
Esas comparaciones desconciertan cuando provienen de personas que no gozaban de ningún beneficio bajo el pasado régimen. Jamás los ocupantes, sensibles a la presencia de la prensa, han cometido crímenes parecidos a los (...)