“Probé la heroína para hacer frente a mis problemas psicológicos”, dice David, de 50 años, enganchado a esta droga desde hace veinticinco. “Eso me hundió. Perdí mi trabajo de relojero, tuve que ‘pedir prestado’ dinero a mi novia, a mis amigos. Acabé en la calle. Para pagar mis dosis, me convertí en consumidor-traficante”. Desde hace un año y medio, acude cada día al centro del Programa Experimental de Prescripción de Estupefacientes (PEPS por sus siglas en francés) que depende del Hospital Universitario de Ginebra. “Gracias a este programa, he recuperado mi vida social, he saldado la deuda que tenía con mis amigos”. Este exrelojero mira su reloj. “Os dejo, es la hora de mi tratamiento”. Una enfermera va a ponerle una inyección de diacetilmorfina, una heroína producida legalmente por un laboratorio suizo.
Los cerca de 1.500 pacientes de los 22 centros PEPS de Suiza han intentado desengancharse en vano con la (...)