Los policías que entraron en la madrugada del 7 de noviembre de 2011 en la cárcel de Acapulco, la gran ciudad turística del Pacífico, no podían creer lo que veían: una veintena de prostitutas dormían en las celdas junto a los detenidos. La requisa que se realizó luego reservaba otras sorpresas: decomisaron un centenar de kilos de marihuana, televisores, lectores de CD, gallos de pelea e incluso dos pavos reales, animales de compañía favoritos (junto con el jaguar) de famosos narcotraficantes.
La anécdota resulta reveladora. Lenta pero ostensiblemente corroído por el crimen organizado, México ya no controla sus cárceles, ni vastos sectores de su territorio. Los narcos ya no se conforman con abastecer el mercado estadounidense de cocaína, anfetaminas y marihuana, corromper para proteger su negocio y masacrarse entre sí. Tras seis años de una “guerra” contra el tráfico de drogas lanzada por el presidente Felipe Calderón –preocupado por recuperar su (...)