La señal se da sin mediar palabra. El único sonido es el del motor que ruge y luego aminora. Ya estamos. Las sardinas se agitan, muy cerca del casco. Los seis pescadores abandonan su taza de café, se ponen el mono de hule amarillo, saltan sobre sus botas y se abalanzan sobre el puente. Atardece. “¡Soltadla!”, grita el patrón del barco, Thomas Hamon, desde el puente de mando. Sin tardanza, los marineros lanzan al mar el cerco, la inmensa red de hilo rojo de los sardineros. El capitán del War Raog III, que acaba de abandonar la localidad francesa de Concarneau, acelera y traza un semicírculo en la bahía.
De esta dura caza cotidiana viven los 2.500 pescadores del departamento de Finisterre, pulmón económico de la pesca bretona, que representa la mitad de su producción en cuanto al número de efectivos y embarcaciones. En pocos minutos, el cerco se cierra sobre (...)