Cuando hablamos del cambio climático pocas veces nos centramos en los impactos en el océano. Sin embargo, más del 90% de la energía que hemos generado desde la revolución industrial ha sido ya absorbida por el océano. Es decir, que el océano no solo ha reducido considerablemente el impacto del calentamiento global en nuestro clima, sino que se ha convertido en la primera línea de ataque del cambio. Las consecuencias en el océano son y serán considerables.
En primer lugar, muchas especies marinas son móviles y su distribución geográfica se determina por su afinidad a lo que se llaman ventanas ambientales: características físicas como la temperatura del agua, que la especie encuentra favorable. Es decir, que a medida que la temperatura del océano cambie muchas especies van a cambiar asimismo su distribución, abandonando hábitats ahora desfavorables, pero también colonizando nuevos hábitats. Las consecuencias de estos cambios son múltiples: modelos de gestión pesquera que actualmente afectan a una especie en un país concreto, pueden ser desfasados si la especie abarca aguas de más de un país. La ciencia nos dice que más de 30 zonas económicas exclusivas alrededor de los países costeros van a recibir nuevas especies. Las instituciones de gestión, los mecanismos y los actores, van a cambiar y necesitarán adaptarse.
En segundo lugar, la producción pesquera se verá afectada. Se estima que por cada grado de calentamiento del océano se perdería un 5% de la biomasa animal. Con respecto a los recursos pesqueros, se proyecta que la capacidad pesquera global se reduciría entre un 3% y un 12% en 2050, dependiendo de las futuras emisiones de gases de efecto invernadero. En efecto, se espera que la producción se reduzca en las zonas tropicales y aumente en zonas boreales, lo que añade una injusticia geográfica como resultado de un fenómeno global. Estos cambios en la producción son el resultado del calentamiento del agua y la consecuente reducción de la producción primaria de los océanos: el plancton.
En tercer lugar, el cambio climático genera acidificación del océano, un fenómeno químico consecuencia de la absorción de dióxido de carbono. Se estima que la tasa de acidificación es diez veces mayor que en cualquier otra etapa en los últimos 300 millones de años. No obstante, es importante recalcar que el término acidificación puede ser malinterpretado. El océano continúa siendo alcalino, pero menos a medida que el cambio climático reduce el pH del agua. Los impactos de la acidificación son todavía controvertidos. En experimentos de laboratorio, un ambiente más ácido afecta la fisiología de los organismos, sobre todo aquellos que producen esqueletos calcáreos, como corales, foraminíferos, crustáceos y equinodermos. Sin embargo, los experimentos de laboratorio no son siempre una buena guía de lo que sucede en el medio natural a lo largo de los años. La capacidad de adaptación a los cambios depende de varios fenómenos: la duración del ciclo de vida, la diversidad genética de las especies afectadas, la competencia ecológica con especies que ocupan nichos similares y que pueden ser afectadas de forma diferente, etc.
Lo que es evidente, recapitulando los efectos arriba señalados, es que los océanos cambiarán. El cambio climático se puede convertir en el principal alterador de los ecosistemas. Dado que el océano es solamente el receptor de estos cambios, no el origen, es indudable que tenemos que buscar adaptaciones urgentes, mientras las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera continúen. Incluso si las emisiones se detuvieran, el impacto del cambio en los océanos duraría decenas de años.