“Cuando Estados Unidos estornuda, América Latina se resfría”, se decía en otra época. Los miasmas ya no bajan del Norte: atravesaban el Pacífico. Pero la amenaza sigue estando. Ya en los años 1950, el economista argentino Raúl Prebisch había analizado los peligros de esta dependencia de cara a los sobresaltos de las economías extranjeras: el Reino Unido, Estados Unidos, más tarde China.
Desde la época colonial, la división internacional del trabajo relegó a América Latina al rango de productor de materias primas, condenada a importar los productos manufacturados que producen los talleres del Norte. En las antiguas colonias donde las burguesías aprendieron a reproducir las modas de consumo del Norte, cualquier aumento del ingreso nacional conducía a un crecimiento más rápido de las importaciones que de las exportaciones y al desequilibrio de la balanza de pagos. Prebisch recomendaba entonces una política voluntarista de sustitución de importaciones para desarrollar la industria local.
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