Un mismo mensaje, repetido en los cientos de carteles que agita la multitud: “Bienvenido, Su Santidad Benedicto XVI”. Estamos en Santiago de Cuba, bastión histórico de las guerras de independencia, donde el Papa celebra una misa ante 200.000 personas. En efecto, del 26 al 28 de marzo, catorce años después de la visita de su predecesor Juan Pablo II, el más alto dignatario de la Iglesia visitó un país cuyo líder histórico antes había sido excomulgado.
En Cuba, el clero, única institución nacional independiente del Gobierno, no es un interlocutor como los demás. Lo que el diplomático Philippe Létrilliart califica como “competencia entre universalismos” –catolicismo y castrismo– poco a poco dio lugar a una coexistencia pacífica. Hoy, lo político y lo religioso necesitan ponerse de acuerdo. Sentado en primera fila durante la ceremonia celebrada por Benedicto XVI en Santiago de Cuba, Raúl Castro –que ha emprendido un delicado proceso de reformas (...)