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La derrota de Evo Morales, una “fake news” a gran escala

Crónica de un fiasco mediático en Bolivia

Los bolivianos están llamados a las urnas para elegir a su presidente el 18 de octubre. De la organización del escrutinio, aplazado en dos ocasiones por un poder con dificultades, se ha encargado un régimen que resultó del derrocamiento de Evo Morales hace un año. Desde entonces, los medios de comunicación privados y una parte de la izquierda se esfuerzan por acallar la naturaleza de esta ruptura del orden constitucional. Hasta la publicación de un artículo en The New York Times el pasado mes de junio…

por Anne-Dominique Correa, octubre de 2020

A los grandes medios de comunicación no les gustan los mea culpa. Por ello, el pasado 7 de junio, The New York Times causó sorpresa al publicar un artículo autocrítico que implícitamente achacaba a la prensa la instauración de una dictadura en Bolivia en noviembre de 2019…

Repasemos los hechos. El 20 de octubre, noche de las elecciones presidenciales bolivianas, los recuentos preliminares, con un 83,8% del voto escrutado, dan la victoria al presidente saliente Evo Morales con el 45,7% de los votos, frente al 37,8% de su adversario Carlos Mesa. La distancia, inferior al 10%, hace presagiar una segunda vuelta (la Constitución boliviana prevé dos vueltas, excepto cuando un candidato obtiene más del 50% de los votos en la primera o más del 40% con una distancia de al menos un 10% sobre el segundo candidato). Cuatro días después, el anuncio de los resultados oficiales desata el incendio: Morales es declarado vencedor con el 47,08% de los votos frente al 36,51% de Mesa. La Organización de Estados Americanos (OEA), brazo armado de Washington en la región (1), expresa su preocupación: ciertas “irregularidades” demostrarían que el Gobierno ha organizado un fraude electoral a gran escala. Muy pronto, diversos estudios desmienten de plano las acusaciones de la organización (2). El avance de Morales entre los resultados preliminares y los definitivos no tiene nada de extraordinario: se explica por la tardía llegada de las papeletas del lejano Altiplano, en gran medida favorables al presidente saliente. No obstante, la OEA mantiene su acusación, aunque no logra presentar pruebas: enfurecida, la oposición toma las calles. La prensa internacional denuncia un intento de fraude, que ahora sabemos que nunca tuvo lugar.

Antes siquiera de la divulgación de los resultados definitivos, Anthony Bellanger ironiza en France Inter: ¡la reelección del “aprendiz de caudillo” Morales es un “milagro”! (23 de octubre). En las columnas de Charlie Hebdo, Fabrice Nicolino no se molesta en emplear el condicional: “Sin duda, el Estado boliviano ha optado por amañar los resultados” (30 de octubre). Un razonamiento que sitúa a este semanario en la misma órbita que The Washington Post, una gaceta empresarial de la elite meritocrática según la cual el presidente boliviano ha “decidido falsear los resultados […] a fin de regalarse una victoria en la primera vuelta” (11 de noviembre). El 9 de diciembre, The New York Times también califica los comicios de “fraudulentos” tras sugerir que Morales ha “recurrido a la mentira, la manipulación y la falsificación para asegurarse la victoria” (5 de diciembre). Por su parte, Le Monde opta por un silogismo basado en dos datos que no parecen merecer demostración alguna. Dato 1: Morales se ha embarcado en una deriva autoritaria. Dato 2: los dirigentes autoritarios controlan las autoridades electorales de sus países. Conclusión: si Morales es declarado vencedor, es porque ha hecho trampas. En las columnas del diario francés, la frase “Morales gana las elecciones presidenciales” se convierte en: Morales “se autoproclama vencedor” (14 de noviembre).

El informe de la OEA, blandido por la oposición –especialmente por la extrema derecha de Santa Cruz (3)– y plebiscitado por la prensa, intensifica las protestas contra el Gobierno en la calle: se desata la violencia y la policía se amotina. La principal confederación sindical del país, la Central Obrera Boliviana (COB), convencida de que Morales ha perpetrado un fraude a gran escala, abandona al presidente antes de que el general Williams Kaliman, jefe del Ejército, organice una rueda de prensa televisada en la que anuncia lo siguiente: “Pedimos al presidente del Estado que renuncie a su mandato presidencial permitiendo la pacificación y el mantenimiento de la estabilidad, por el bien de nuestra Bolivia”. Sin quorum en la Asamblea Legislativa, Jeanine Áñez, una senadora de segunda fila, se autoproclama presidenta. Una foto la inmortaliza poniéndose la banda presidencial con ayuda de un oficial militar.

Por lo que parece, el uniforme caqui del general Kaliman despierta menos espanto en los medios de comunicación que el del expresidente boliviano Hugo Chávez (1999-2013). En Francia, la prensa explica que Morales ha “dimitido” tras “tres semanas de protestas” (Le Monde, 10 de noviembre), bajo la “presión de la calle” (Mediapart, 12 de noviembre) o de una “insurrección popular” (France Inter, 13 de noviembre). Según France Info, el derrocamiento del presidente fue recibido “en todas las calles de La Paz” con “escenas de alborozo, cánticos, lágrimas de alegría...”. La homogeneidad del relato mediático francés tal vez no sea ajena al hecho de que los corresponsales de Radio France International (RFI), Mediapart, Le Figaro, France 24 y France Culture sean una única y misma persona: Alice Campaignolle, quien hace extensiva la alegría de los barrios ricos a toda la capital administrativa.

Mientras América conoce a la primera “dictadora” de la historia de la región, en France Inter Fabienne Sintes pregunta a sus invitados Christine Delfour, profesora especializada en civilización española y latinoamericana, y Hugo José Suárez, sociólogo (13 de noviembre): “¿Es legítima Jeanine Áñez?”. “¡Sí, sí, sí!”, responde Suárez. Y el Ejército, “¿se atiene a su papel?”. “Se ve claramente que se trata de un Ejército constitucional”, argumenta Suárez. Para Delfour, los militares se han contentado con hacerle una “sugerencia” al presidente. La investigadora considera “tranquilizador y positivo” que el Ejército haya “seguido los pasos de la oposición”: “¡En todo caso, no es un golpe de Estado!”, concluye.

Si “no es un golpe de Estado”, la crisis política que atraviesa el país se debe a otros motivos. “¿Cómo se explica que este haya abandonado a Evo Morales?”, pregunta Sintes. “Ha sido un presidente extremadamente popular. Su longevidad es muy superior a la de sus predecesores. Y de repente, se extravía, […] hace trampas, las cosas están muy claras. […] ¿Por qué?”. “Se extravía por su soberbia, orgullo y autoritarismo –analiza Delfour–. Está completamente desorientado, la situación se le escapa. Y como la única política que conoce es la de la fuerza, recurre a la fuerza”. Conclusión de Sintes: “Así pues, no sabe interpretar el estado de ánimo de su país”. Sin embargo, el hombre que “no sabe interpretar” el estado de ánimo de su país acaba de ganar unas elecciones presidenciales en la primera vuelta.

Tras el golpe de Estado, una avalancha de editoriales también atribuye a Morales la responsabilidad de la “crisis”. Según el editorial de The Observer (un semanario británico que se encuadra en la izquierda), “el expresidente ha sido […] víctima de su negativa a ceder las riendas del poder”, y su “reinado” presentaba “signos” de “culto a la personalidad poco atractivos, incluso castristas” (17 de noviembre de 2019). Similar discurso en las columnas de The New York Times: “Lo que ha derribado a Morales no ha sido su ideología ni ninguna injerencia extranjera, como ha afirmado, sino su arrogancia, un rasgo propio de los populistas: […] la pretensión de ser el árbitro último de la voluntad del pueblo y de estar autorizado a aplastar cualquier institución que se interponga en su camino” (11 de noviembre de 2019). En el programa “28 minutes” del canal de televisión francoalemán Arte, Xavier Mauduit “se acuerda” de Mariano Melgarejo, expresidente boliviano indio, megalómano y alcohólico, que fue derrocado en 1871 tras haber endeudado al país y acumulado derrotas en diversos conflictos territoriales (12 de noviembre de 2019).

Aunque Morales anuncia, desde su exilio, que desea concurrir a las siguientes elecciones presidenciales (por entonces previstas para el 3 de mayo, y posteriormente pospuestas al 18 de octubre debido a la pandemia de la covid-19), un editorial de Le Monde lo pone en guardia: “Eso sería un nuevo error. Si a Morales realmente le preocupan sus conciudadanos, debería mantenerse al margen a fin de que la violencia termine en Bolivia y se produzca una salida constitucional” (14 de noviembre). La recomendación resulta innecesaria: el nuevo Gobierno de Bolivia acusa a Morales de “terrorismo y sedición”, cargos punibles con 30 años de prisión que le impiden presentarse.

Si la “caída” del presidente boliviano hechiza a la prensa, avergüenza a parte de la izquierda. En las oficinas de Attac Francia, se recurre a las evasivas. ¿Morales ha sido expulsado del poder? Un “dossier” (4) publicado en línea el 20 de diciembre de 2019 opta por no pronunciarse: “Desde las elecciones presidenciales del 20 de octubre de 2019, Bolivia conoce una gran crisis política que ha desembocado en la renuncia del presidente Evo Morales el 10 de noviembre”. Sigue una selección de artículos: algunos defienden la tesis de un golpe de Estado; otros la rebaten, como la “Carta abierta al movimiento altermundista sobre la situación en Bolivia”, escrita por Pablo Solón. “El presidente Evo Morales ha declarado […] que en Bolivia está teniendo lugar un golpe de Estado –escribe el exembajador del país ante Naciones Unidas–. Lamento mucho decirles que esa afirmación de Evo Morales es completamente falsa” (5).

El 14 de diciembre, en un ejercicio de equilibrismo, “la redacción” de Mediapart retoma un artículo de Le Devoir de Montreal. El documento yuxtapone, sin analizarlas, las distintas posturas adoptadas. ¿Le corresponde decidir al lector? No exactamente, ya que el sitio web también presenta una exégesis de la situación publicada en el blog del intelectual argentino Pablo Stefanoni (6). De inmediato, los autores desestiman las dos tesis enfrentadas: “¿Golpe de Estado militar contra un Gobierno popular? ¿Rebelión de la sociedad contra un régimen tentado por el autoritarismo? La caída de Evo Morales […] precisa de algo más que fáciles tópicos ideológicos”. A esas hipótesis demasiado nítidas, los autores contraponen “una lógica mucho más compleja y aleatoria relacionada con la dinámica acumulativa de los acontecimientos”. La presentación es de un refinamiento notable, pero la preocupación por exponer la “complejidad del mundo” se desvanece cuando se hace referencia al informe de la OEA, cuyos resultados no son objeto de ninguna evaluación crítica.

Una perspectiva similar plantea Jérémie Sieffert, de Politis, el 27 de noviembre de 2019: “No importa que las evidencias [de fraude] sean escasas”, afirma. Para entender la crisis, habría que “remontarse a 2011 […] cuando comunidades y asociaciones ecologistas se movilizaron contra un proyecto de autopista en un zona protegida y bajo control indígena”. En otras palabras, justo cuando un dirigente político acaba de ser expulsado del poder por el Ejército, lo urgente parece ser responder a la pregunta: “¿Fue Morales un buen presidente hace casi diez años?”. Pero ¿no le correspondía al pueblo boliviano pronunciarse sobre esa cuestión un mes antes?

Tal es la situación cuando, el 7 de junio de 2020, The New York Times da a conocer las conclusiones de un nuevo estudio que dinamita los resultados del informe de la OEA (7). Tras replicar los cálculos estadísticos de la organización, los investigadores detectan varios “problemas” y “errores metodológicos”. Descubren que la OEA “utilizó un método estadístico inapropiado que creó la ilusión de una ruptura de la tendencia electoral”. El consultor contratado por la OEA, el profesor Irfan Nooruddin, contactado por los investigadores en repetidas ocasiones para obtener sus datos, se niega a responderles. Una vez corregidos sus errores, ya no hay “rastro estadístico de fraude”, concluyen los autores. The New York Times tiene que admitir que el informe de la OEA era “erróneo”. En otras palabras, Bolivia acaba de sufrir una ruptura del orden constitucional respaldada por el Ejército: un golpe de Estado.

¿Terremoto? No para Le Monde, que simplemente considera que el artículo del diario estadounidense “reaviva los debates sobre las presunciones de fraude” (12 de junio de 2020). En Libération, descubrimos que las estadísticas son un quebradero de cabeza: “Me pasé un día interesándome por ese estudio –nos explica Francisco Gómez, periodista a cargo de la cobertura de América Latina para el diario–. Y luego pensé: no puedo evaluar la valía de este trabajo, porque no tengo las competencias necesarias en matemáticas y estadística”. Una prudencia que Gómez no se impuso cuando compartió las conclusiones del informe de la OEA, que confiesa “no haber leído”.

Contactados, los periodistas de Le Figaro, Libération y Le Monde recurren al mismo tipo de argumentario. “No era un golpe de Estado, era un vacío constitucional –considera Patrick Bèle, de Le Figaro–. Un golpe de Estado es cuando se detiene al presidente en su palacio, se lo encarcela o se lo manda de vuelta a casa para de inmediato poner a otra persona en su lugar. Lo que quiere decir que hay un plan preestablecido”. “Los militares no tomaron el poder –opina Gómez–. Más bien, es un golpe de Estado civil por una parte de la población: por ser de derechas, la gente no tiene menos derecho a movilizarse”. “No utilicé el término ‘golpe de Estado’ porque tiene muchas connotaciones –se justifica Campaignolle (Le Figaro, Mediapart, France Info, RFI, etc.)–. Solo los que se sitúan muy a la izquierda lo usan. Traté de situarme por encima del debate”. “Usar el término ‘golpe de Estado’ impide la reflexión sobre bastantes cuestiones”, analiza por último Amanda Chaparro (Le Monde). Pero ¿no arroja sin embargo luz sobre la naturaleza del régimen vigente en La Paz desde noviembre de 2019?

El 13 de noviembre de 2019, en France Inter, Sintes terminaba su programa dedicado a Bolivia con estas palabras: “Muchas gracias, tendremos ocasión de volver sobre el asunto”. Diez meses más tarde, no se ha vuelto a hablar del tema.

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(1) Véase Guillaume Long, “El ministerio de las colonias estadounidenses”, Le Monde diplomatique en español, mayo de 2020.

(2) Cf. Guillaume Long, David Rosnick, Cavan Kharrazian y Kevin Cashman, “What Happened in Bolivia’s 2019 Vote Count?”, Center for Economic and Policy Research (CEPR), Washington, 8 de noviembre de 2019 y Jake Johnston y David Rosnick, “Observing the observers: The OAS in the 2019 Bolivian elections”, CEPR, 10 de marzo de 2020.

(3) Véase Maëlle Mariette, “En Bolivia, la oligarquía de Santa Cruz contra Evo Morales”, Le Monde diplomatique en español, julio de 2020.

(4) La crise politique en Bolivie”, Attac France, París, 20 de diciembre de 2019, https://france.attac.org

(5) Pablo Solón, “Lettre ouverte au mouvement altermondialiste sur la situation en Bolivie”, Attac France, París, 24 de octubre de 2019, https://france.attac.org

(6) Pablo Stefanoni y Fernando Molina, “Bolivie: comment Evo est tombé?”, 14 de noviembre de 2019, www.mediapart.fr

(7) Anatoly Kurmanaev y Maria Silvia Trigo, “A bitter Election. Accusations of Fraud. And Now Second Thoughts”, The New York Times, 7 de junio de 2020.

Anne-Dominique Correa

Periodista.