Durante el siglo XIX, Europa Occidental se convierte, mediante un doble movimiento de expansión económica y colonial, en el centro de gravedad de un nuevo orden mundial desigualitario: el sistema mundial, antaño descentrado y no jerarquizado, compuesto por “economías-mundo” relativamente autónomas (Imperio Otomano, Europa, China, etc.), con niveles de desarrollo comparables, se metamorfosea bajo el efecto de la revolución industrial y de la concentración concomitante del poder y de la riqueza en “Occidente”.
La expansión económica y territorial de Europa Occidental, y aquella, conjunta, de las colonias europeas de poblamiento como Estados Unidos, participan de una dinámica de conjunto. De alcance global, estas dos formas de expansión se conjugan en el transcurso del siglo para crear una nueva estructura jerárquica de las relaciones internacionales caracterizada por la división entre los “centros” euro-atlánticos dominantes, por una parte, y las “periferias” coloniales dominadas o dependientes, por otra.
En su premonitoria descripción de la globalización, (...)