Según rige su Constitución, “la República Popular China es un Estado socialista […] dirigido por la clase obrera y basado en la alianza entre obreros y campesinos”. A nadie le ha de sorprender que la Constitución de un país no se corresponda exactamente con su realidad. Pero, en el presente caso, la brecha es abismal. La sociedad china tiene ya todos los rasgos de una variante del capitalismo: el trabajo es una mercancía, la sociedad de consumo sirve de garante de la estabilidad social y de motor del crecimiento, y las desigualdades se cristalizan mediante mecanismos de reproducción social basados en el dinero, el capital educativo y la endogamia. Resulta irónico que el grueso de las clases populares lo compongan quienes supuestamente están al mando: campesinos y obreros.
Este abismo entre el relato y la realidad es característico de la historia del Partido Comunista de China (PCCh). Desde su nacimiento, en (...)