Desde la victoria de Luiz Inácio «Lula» da Silva, el 27 de octubre de 2002, para los dirigentes brasileños del Partido de los Trabajadores (PT) estaba claro que la aplicación del programa de gobierno –ruptura con el neoliberalismo, reforma agraria, autosuficiencia alimentaria, orientación de las inversiones por intervención pública, inclusión social, democracia participativa, en suma, el «nuevo paradigma», como gustan decir– se haría en dos tiempos.
Primero, un «período de transición», dictado por la duración del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Durante este periodo, sin cambiar nada en las orientaciones económicas en curso, se aplicaría una austeridad drástica anclada en reformas constitucionales del régimen tributario y las jubilaciones públicas, con el fin de devolver a Brasil la independencia económica necesaria para determinar sus opciones de desarrollo. «Nuestro compromiso es por cuatro años, explicaba entonces José Genoino, presidente del PT. El desafío es rehacer la casa mientras seguimos viviendo en (...)