En 1972, “para provocar una crisis en el seno de la burguesía represiva”, Jean-Paul Sartre, “intelectual burgués”, acepta asumir la dirección de un diario maoísta, Causa del pueblo, cuyos anteriores editores habían sido condenados. Dado que el diario “no se dirige al lector burgués de quien no se espera nada y que no se reconoce en él”, Sartre intenta resolver esa contradicción.
(...) La burguesía había desconfiado siempre –con razón– de los intelectuales. Pero desconfía de ellos como de unos seres extraños que en realidad, proceden de ella. Efectivamente, la mayoría de los intelectuales nacieron de burgueses que les inculcaron la cultura burguesa. Surgen como guardianes y transmisores de esa cultura. De hecho, una cantidad de técnicos del saber práctico se convirtieron tarde o temprano en sus perros guardianes, como dijo Nizan. Los otros, una vez seleccionados, siguen siendo elitistas aunque profesen ideas revolucionarias. A esos, se les deja ir contra (...)