“Mi verdadero adversario es el salario”. Por supuesto, este tipo de convicción no se declara públicamente, y el presidente de la República francesa no se expresa de este modo. A la izquierda, a la hora de ganar una elección, más le valdría proclamar su rechazo al mundo de las finanzas. Sin embargo, una vez vaciadas las urnas, el dogma del “coste del trabajo” demasiado elevado ha dictado la conducta de François Hollande, sea cual sea su Primer Ministro: sin rodeos, con Jean-Marc Ayrault como con un simple liberal como Manuel Valls.
No ha tenido que esperar un mes desde su llegada al Elíseo para demostrarlo. Su primera decisión ha tenido que ver con el SMIC [salario mínimo interprofesional de crecimiento]: ha limitado la pequeña ayuda ritual a… 0,56 céntimos brutos la hora. Nadie, aparte de Nicolas Sarkozy, que no acordó nada en absoluto, ningún presidente había derogado la tradición de aplicar (...)