Después de presentar los combates en Afganistán como una “guerra necesaria”, el presidente Barack Obama ha sido presionado por el general Stanley McChrystal, que él mismo nombró a la cabeza de las fuerzas estadounidenses en ese país, para que despliegue allí unos cuarenta mil soldados suplementarios. La guerra lleva ya ocho años.
En Indochina, Estados Unidos apoyó una pléyade de gobiernos corruptos, ilegítimos, percibidos como títeres por la población. Sin éxito. En Afganistán, ni los británicos, ni los soviéticos lograron imponerse, a pesar de los recursos involucrados. Hoy, si bien las pérdidas militares estadounidenses son más bien modestas (ochocientos cincuenta muertos desde 2001, frente a mil doscientos al mes en Vietnam en 1968), y el movimiento antiguerra es débil, ¿con qué perspectivas de “victoria” pueden contar los ejércitos occidentales perdidos en las montañas afganas, entre los tráficos de droga, y sospechosos de luchar contra el islam?
Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, (...)