Desde mediados de los años 1980, la vida pública francesa parece marcada por una paradoja. Por un lado, el aumento del paro, las desigualdades sociales y geográficas, la globalización económica y el repliegue del Estado del bienestar tal como fue concebido tras la Segunda Guerra Mundial, y su reorganización en beneficio de las empresas privadas, han marcado nuestro tiempo. Por el otro, el mundo mediático no ha situado en lo alto del podio la investigación social o el reportaje económico, susceptibles de explicar estas transformaciones, sino un género y una figura que normalmente prosperan cuando todo se desmorona: el escándalo de corrupción político-financiero y el periodista llamado “de investigación”.
Se desgranan los nombres de los escándalos como se tararean los hits que imprimen su melodía en los surcos de la memoria colectiva: Botton, Schuller-Maréchal, Urba, MNEF, HLM de París, HLM de Hauts-de-Seine, Elf, Pelat, cassette Méry [escándalo de la cinta de (...)