El país de la libertad le ha declarado la guerra a la barbarie. A un imperio lejano que golpea a Francia y a Bélgica, que desprecia a civiles y mata a niños. “¡Estamos en guerra!”. Apoyados por la población, los dirigentes pregonan su voluntad de destruir al enemigo. Se echan las campanas al vuelo. Pero mientras los soldados combaten, los civiles se activan. ¿No estará escondido el enemigo aquí, ante nuestros ojos? Aparentemente leales, ¿no formarán los inmigrantes y sus descendientes un ejército de espías y de traidores?
Esta pregunta que plantean todos los días los periódicos estadounidenses atormenta la mente de los patriotas armados que, el 12 de abril de 1918, aparecen en el domicilio del doctor Cole, director de un colegio de la ciudad de Appleton, en Colorado. El comando saca al profesor de su cama, lo embadurna con grasa, lo cubre de plumas y le advierte de que (...)