¡Basta ya! ¡Ya basta! ¡No vamos a estar de fiesta eternamente! ¡Hay que reconstruir el país, hay que trabajar!”. Al volante de su automóvil, a pocos pasos de la plaza Tahrir de El Cairo, Mohammed Farid Saad echa pestes contra los curiosos que bloquean la calle y le impiden avanzar. Acaban de terminar una larga noche de fiesta, cantando y tocando diversos instrumentos más o menos improvisados. Ese sábado 12 de febrero, temprano por la mañana, Egipto se despertó de una larga noche que había durado treinta años. Hosni Mubarak se había ido la víspera a Sharm el-Sheikh y el poder había sido confiado al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. La principal reivindicación de los manifestantes había sido satisfecha: el rais (jefe) se había ido. La revolución parecía terminada.
Saad posee y administra una pequeña fábrica de pegamentos industriales, sucedáneo de un producto estadounidense, ubicada en un barrio pobre del (...)