A mitad del verano de 2017, el 11 de agosto al anochecer, grandes bolsas térmicas de color verde y gris se acumulan bajo la estatua de la plaza de la República en París. Al pie de su barricada improvisada, varias decenas de repartidores de comida en bicicleta, que trabajan como autoentrepreneurs bajo los colores de la multinacional británica Deliveroo, se acodan sobre los manillares. Jurídicamente hablando, como son trabajadores autónomos y no asalariados, no están en huelga: están “desconectados”. “¿Quiénes son los jefes? –Jérôme Pimot, cofundador del Colectivo de Repartidores Autónomos Parisinos (CLAP por sus siglas en francés), le da la vuelta al estigma, jovial–. Somos jefes, sí. ¿Debemos emprender? ¡Vamos! Pero en nuestro caso, cuando nos unimos es cuando tenemos alguna oportunidad de estar al mando”.
El combustible de la revuelta, que partió de Burdeos para después extenderse por Nantes, Lyon y París, se encuentra en la decisión unilateral de (...)