La preocupación primera de toda institución es perennizar su existencia y ampliar sus dominios de intervención. En este último caso, semejante ambición tropieza generalmente con fuerzas y estructuras que no tienen ninguna intención de dejarse despojar de todo o parte de su territorio y de sus prerrogativas. Cuando esas fuerzas y estructuras no existen, ya resulta un regalo del cielo para la nueva institución. Pero cuando esta última puede, además, actuar en un marco legal blindado que le da carta blanca a su lógica expansionista, tiene buenas razones para sentirse eufórica. Es exactamente la situación ideal en la que se encuentra la Comisión Europea.
Esta pieza central del sistema de toma de decisiones de la Unión Europea (UE) –de la cual Jean-Claude Juncker acaba de ser electo presidente en remplazo de José Manuel Durão Barroso– acumula en efecto todas las condiciones favorables. No tiene que preocuparse por su supervivencia puesto que (...)