La heroína, en paro, recuerda, junto con una antigua colega de los años 1990, la época en la que tenía un “empleo de alto rango” que le concedía un estatus de ejecutiva.
No sólo había elegido un trabajo de alto rango, sino asimismo la empresa que trataba más equitativamente a las mujeres. Cuando recibí la notificación de que me habían contratado, creí en un amor recíproco y en un idilio, pero una vez llegué al trabajo, me desencanté rápidamente: todas la chicas procedían de las facultades de económicas o de derecho de Waseda, de Keio y de las antiguas universidades imperiales, finalmente me habían contratado a partir de criterios elitistas, y eso es todo. Por mucho que hubiéramos llegado al mercado laboral en plena burbuja económica, el número de trabajos para las chicas estaba restringido y éstas batallaban por conseguir un contrato. Sólo había chicos que no pegaban ni golpe. No (...)