“Publicar o morir”: la frase del zoólogo Harold J. Coolidge resume la vida de un investigador. Poco importa, para su prestigio universitario, que su enseñanza sea brillante, que sus estudiantes estén bien apoyados o que tome café con sus compañeros por la mañana: en definitiva, la evaluación del trabajo de investigación únicamente reposa en la suma y la calidad de los artículos publicados en las revistas científicas. La exposición ordenada de los resultados, pasando por las horcas caudinas de la relectura por parte de los expertos en la disciplina –lo que corrientemente se denomina la relectura de los iguales, o peer-review–, es la clave.
Las publicaciones están especializadas según el ámbito de investigación. Así pues, un experto en historia moderna de Francia puede elegir entre una decena de revistas francesas, y casi un centenar de publicaciones reciben trabajos de investigación sobre física. Para decidir a qué puerta llamar, cabe adaptar sus (...)