A juzgar por algunos de los más controvertidos galardonados –Menahem Begin, Henry Kissinger y Barack Obama–, el novelista Gabriel García Márquez solía decir que el Premio Nobel de la Paz debería rebautizarse “Premio Nobel de la Guerra”. Este año, el laureado muestra un perfil un poco menos belicoso, pero igualmente propicio para la burla. Dichosa Unión Europea, gratificada con lo que quedará en los anales como ¡el Premio Nobel al narcisismo! Una vez más, la Academia de Oslo se superó. Para no decepcionar el año próximo, sólo le queda otorgarse el premio a sí misma.
La recompensa concedida a Bruselas y Estrasburgo –que ambas se disputan duramente– se produce por cierto en el mejor momento. Durante los primeros años del siglo XXI, la vanidad europea parecía haber alcanzado su punto culminante. La Unión se consideraba, retomando la expresión del historiador británico Tony Judt, como el “parangón” universal del desarrollo social y (...)