Al margen del uso restrictivo y meramente puntual de hierbas en tribus primitivas, el auge del consumo de drogas químicas arranca y se proyecta en y desde esa mentalidad expansiva que, desde 1850, ataca a varios continentes, implicando política y gobiernos. Así, la fórmula destructiva y dañina de las drogas responde a la necesidad de crear adicción y por tanto, de crear un contingente de clientes dispuestos a dejar hasta el último euro en manos del industrial.
Desde los años 1960, sucesivas oleadas de heroína, cocaína, anfetaminas... han ido irrumpiendo en climas sociales y políticos abonados para su penetración: paro, desesperación en las clases pobres del Tercer Mundo –por tanto, receptivas a la llegada de cualquier fuente de ingresos– y también ocio escapista, evasión, decadencia y falta de interés por todo en el seno de las sociedades de la abundancia –del cual se nutre el negocio–. España, sin duda, ha sido (...)