En la campaña de las elecciones al Parlamento Europeo de mayo pasado, se nos había prometido un paso decisivo hacia la reabsorción del “déficit democrático” que caracteriza el funcionamiento de las instituciones comunitarias. El remedio milagro era el siguiente: cada partido paneuropeo designaría un jefe de filas único para el conjunto de sus componentes nacionales, y el jefe de filas del partido que obtuviera el mayor número de diputados pasaría a ser el Presidente de la Comisión Europea.
Resumiendo: al votar por un partido en su país, el elector no se pronunciaría solamente a favor de una línea política y de los candidatos que la defendieran sino también sobre el nombre del Presidente del ejecutivo bruselense. De tal modo que los partidos socialdemócratas designaron al alemán Martin Schulz; los conservadores, al luxemburgués Jean-Claude Juncker; los liberales y demócratas, al belga Guy Verhofstadt; los Verdes, a la alemana Ska Keller y (...)