Todo sucedía como si el primer gran paso fuera de nuestro planeta debiera ser el último. Con la finalización del programa Apolo, que representó también el apogeo de la Guerra Fría, la conquista del espacio parecía limitarse a las órbitas terrestres. Algunos astronautas partían a experimentar la ausencia de gravedad en una estación espacial internacional sin un objetivo claro, arreciaba la rivalidad entre los sistemas de satélites de comunicación, observación o posición.
Pese a unas misiones de observación cada vez más poderosas, que les daban nuevos ojos y nuevas imágenes para soñar, los humanos permanecían clavados al suelo. Harrison H. Schmitt, último hombre en pisar la Luna –¡eso fue en 1972!–, se disponía a festejar sus 70 años. En suma, nos aburríamos soberanamente, varados en tierra firme.
Pero ahora diversos proyectos van haciendo resurgir la atracción del espacio. Los viajes orbitales circunterrestres se hacen costumbre, aunque no se democratizan. Algunos multimillonarios se (...)