Algunas imágenes pueden despertar la nostalgia por tiempos pasados: las de los dirigentes del Movimiento de Países No Alineados intentando sentar las bases de un nuevo orden mundial o también las del mariscal Josip Broz Tito (1892-1980), presidente de la República Socialista Federativa de Yugoslavia (RSFY), con su uniforme blanco de gala recibiendo en su villa en una de las islas del archipiélago de Brioni, en el norte del Adriático, a los dirigentes de los países recién descolonizados o de los movimientos de liberación de África y de Asia.
Para Yugoslavia, apartada de un bloque socialista estrechamente controlado por Moscú tras la ruptura de 1948, el apoyo a las luchas anticoloniales fue un medio para imponer su presencia en la escena internacional y para jugar en el patio de los mayores. Mientras que la Unión Soviética y el Partido Comunista Francés consideraban con la mayor cautela los atentados del Día de (...)