Durante las primeras horas del día, Alfredo Huari ordena sus herramientas en la salida de la mina de San José en Oruro. Ha pasado la noche en la oscuridad de las galerías de la montaña para extraer algunos gramos de minerales: plata, estaño, zinc, plomo… Aquí, 250 socios reunidos en una cooperativa se reparten los filones de uno de los yacimientos de metales preciosos más grandes de Bolivia. A 3.700 metros de altitud, bajo un sol ya abrasador, Huari, ancho de hombros y con el rostro surcado de arrugas, recuerda los trágicos acontecimientos de 2016, cuando degeneró un conflicto con el Gobierno. “Es verdad que nosotros, los mineros, somos sanguíneos, pero las dos partes se mostraron violentas”, cuenta mientras se sienta al lado de algunos de sus compañeros que descansan tras la noche de trabajo.
Agosto de 2016, “agosto negro”. Los mineros llamados “cooperativistas” bloquearon los ejes estratégicos del país. Los (...)