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Polarización exacerbada a menos de un año de las elecciones presidenciales

En Brasil, la crisis enardece a las derechas

“¡Que se vayan todos!”. Este grito, quince años después del de los argentinos enfrentados al caos económico, recorre un Brasil asolado por los escándalos de corrupción. Ninguna formación tradicional escapa del descrédito y emerge una derecha radical a veces vinculada a los militares, la cual promete limpiar los establos de Augías.

por Anne Vigna, diciembre de 2017

Flotaba en el ambiente como un olor a victoria durante la apertura del Foro de la Libertad en Porto Alegre el pasado mes de abril. La ciudad del Sur, conocida en el extranjero como el primer municipio conquistado por el Partido de los Trabajadores (PT, izquierdas), en 1998, y como la cuna del Foro Social Mundial, acoge también esta cita de la derecha ultraliberal brasileña desde hace treinta años. El encuentro, durante mucho tiempo reservado a los iniciados, se ha convertido desde hace algunos años en una ceremonia obligada. En 2017, el auditorio de 2.600 plazas se ha llenado y los participantes muestran una amplia sonrisa.

“Las ideas liberales nunca han estado tan presentes en el debate público –se alegra Helio Beltrão, presidente del Instituto Mises, un think tank oficialmente “apolítico” pero que se inscribe en la tradición del economista Ludwig von Mises (1881-1973), padre fundador de la escuela austríaca, completamente liberal (1)–. Hemos llevado a miles de jóvenes a las calles contra el Partido de los Trabajadores y hemos expulsado a la izquierda del poder. Por primera vez, creo que podemos ganar las elecciones presidenciales de 2018”.

Quizás no se trate solo de una fanfarronada. Tras trece años de hegemonía del PT, una derecha dura gobierna el país sin tan siquiera haber pasado por las urnas. Su exvicepresidente Michel Temer, que accedió a la presidencia tras la destitución de Dilma Rousseff en 2016, aplica metódicamente la hoja de ruta liberal del foro: reforma de la Constitución que limita el aumento del gasto en los índices de inflación del año anterior, amplia ola de privatizaciones, flexibilización del Código Laboral, proyecto de reforma de las jubilaciones (que llevan a privar de pensión a una gran parte de la población) o incluso restricción de la definición del “trabajo esclavo”, aún común en el país.

El horror de ver a “mendigos” en los aviones

Este año, el nuevo alcalde de São Paulo, João Doria, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB, derechas), inaugura el foro. El magnate se presenta como un “empresario que trabaja quince horas al día”. ¿Su proyecto? “Menos impuestos, menos regulación del mercado y cero trabas a la libre empresa”. También promete privatizar lo más rápido posible las gestiones aún públicas de su ciudad (entre ellas las de los parques y los estadios) para erradicar “la pesadez y la burocracia del sistema público”. “Estoy cambiando las costumbres del mundo político al preferir los Uber a los coches de empresa”, proclama bajo una lluvia de aplausos. Doria aparece como el favorito para la nueva derecha brasileña, descrita por el sociólogo Laurent Delcourt como un “Tea Party tropical”, en referencia al movimiento antiimpuestos estadounidense. Vestido de punta en blanco, este hombre encarna de maravilla el mito del self-made-man proveniente de un entorno modesto. Ha conquistado tanto a las clases populares de la periferia de São Paulo como a los privilegiados de los barrios acomodados al describirse como un “trabajador honesto”, consiguiendo así forjarse un apoyo electoral interclasista. Cada uno de sus mítines de la campaña de 2016 acababa con un mensaje para su adversario del PT, Fernando Haddad: “¡Que vaya a Cuba a que lo vean!”.

Esta “nueva derecha” se caracteriza por el recurso a un discurso calcado del de la Guerra Fría. Como antaño, el comunismo sería el enemigo por abatir, que intentaría apoderarse de Brasil a través del PT. “La ideología bolivariana del PT se ha infiltrado en la cultura, la escuela, las ONG [organizaciones no gubernamentales] y una gran parte de la juventud. Si no hubiéramos logrado destituir a la presidenta Rousseff, nuestro país sería ahora comunista”, explica con mucha seriedad Rodrigo Tellechea Silva, director del Instituto de Estudios Empresariales (IEE), quien parece haber olvidado hasta qué punto el exdirigente del PT Luiz Inácio “Lula” da Silva (presidente de 2003 a 2010) encantaba tanto en la Bolsa como en las favelas (2).

Entre los jóvenes, numerosos en las filas del foro, muchos de ellos visten ropa de la marca Vista Direita (“vista derecha”), que propone una línea anticomunista con, entre otras cosas, camisetas con eslóganes como “Sé cool, no seas comunista” o también “El comunismo mata desde 1917”. La mayoría de estos jóvenes provienen de la sección brasileña de Students for Liberty (“Estudiantes por la libertad”), una organización mundial de obediencia liberal implantada en las universidades brasileñas desde 2010. Tres años más tarde, daba origen al Movimiento Brasil Libre (MBL), punta de lanza de las movilizaciones que exigían la destitución de Rousseff desde su reelección en octubre de 2014. Los “jóvenes líderes” del MBL, innovadores en el contexto político brasileño, destacan por su sarcasmo, su tono jocoso, pero también por los insultos que profieren a sus adversarios, así como por su violencia. El 12 de abril de 2015, el dirigente más conocido del MBL, Kim Kataguiri, declaraba: “No hay que contentarse con hacer sangrar al PT, hay que meterle una bala en la cabeza”.

La derecha radical brasileña se apoya en un fenómeno de polarización y de “anti-PTismo” que ha ido cobrando fuerza desde junio de 2013. El país ha vivido en esta época las manifestaciones más importantes desde el final de la dictadura militar (en 1985) (3). Al principio, las reivindicaciones exigían más inversiones públicas en los transportes, sanidad y educación. “De forma inesperada, la derecha que se manifiesta ahora aglutina dos grandes tendencias: una extrema, es decir, ‘identitaria’ y ‘racista’, y otra liberal. Juntas han conseguido recuperar el movimiento de protesta. Lo han reorientado hacia una oposición al PT, sobre todo instrumentalizando el tema de la lucha contra la corrupción”, explica Delcourt. El 20 de junio, justo diez días después del comienzo del movimiento, los objetivos de los manifestantes ya no eran únicamente los recortes presupuestarios o la falta de servicios públicos, sino también los edificios públicos de Brasilia (sede del Estado federal) y cualquier símbolo vinculado con el PT o con un mundo político denigrado como corrupto.

En 2015, la investigación sobre la corrupción en la empresa petrolera Petrobras reveló un sistema de financiación ilegal de los partidos políticos, alimentado por las grandes empresas del sector de la construcción y de obras públicas. Todos los partidos fueron citados desde las primeras denuncias contra los altos ejecutivos de Petrobras, pero los medios de comunicación y los fiscales responsables de la investigación solo retuvieron en un primer momento las acusaciones que implicaban al PT, en el poder desde 2003, al cual presentaron como el creador de este sistema (4).

Los que salían entonces a la calle se parecían cada vez menos al brasileño medio: según las encuestas realizadas durante esas manifestaciones por un equipo de sociólogos de la Universidad Federal de São Paulo (5), eran blancos, urbanos y provenientes de las clases privilegiadas. “Lo que motiva al 90% de estos manifestantes es hacer caer al PT –explica la socióloga Esther Solano, responsable de estas encuestas–. Se oponen a sus programas sociales: el emblemático programa ‘Bolsa Família’, las plazas reservadas a los afrodescendientes y a los indígenas en las universidades, o incluso el programa ‘Más Médicos’, que contrató a especialistas cubanos. Su discurso aboga por la meritocracia en lugar del ‘asistencialismo’, que sería según ellos la marca del PT”.

El odio –el término no es demasiado fuerte– contra la formación de izquierdas y lo que representa se ilustra en las redes sociales a través de las burlas hacia las poblaciones del noreste. Se les presenta como “retrasados”, “perezosos” o “aprovechados”: una mezcla de racismo (la población del norte de Brasil es de tez más oscura que el sur) y de desprecio de clase, expresado a veces abiertamente en la calle. A ojos de sus detractores de buena familia, el PT sería el culpable de haber concedido derechos a poblaciones históricamente discriminadas, erosionando mecánicamente los privilegios de los más acaudalados. Además de la afrenta que representa permitir a antiguos “mendigos” coger un avión –numerosos pudientes no han tolerado compartir este espacio–, el PT cometió lo irreparable en 2015 cuando Rousseff hizo aprobar una ley que obliga a los empleadores a declarar a sus trabajadores del hogar, a pagarles un salario mínimo y a respetar la duración legal del trabajo. En el seno de esta población, “el anti-PTismo funciona como un cimiento, igual que el anticomunismo organizaba la oposición al Gobierno de izquierdas del presidente João Goulart, derrocado por un golpe de Estado militar en 1964. Es la misma clase social, blanca y privilegiada, la que se manifestaba en los años 1960 contra Goulart y la que desfilaba ayer contra Rousseff”, resume Delcourt.

Aunque los militantes de extrema derecha que abogan por el regreso de los militares al poder continuaban siendo minoritarios durante las manifestaciones de 2015, la gran mayoría de las personas movilizadas apoyaba una política más represiva. “Entre el 70% y el 80% de las personas encuestadas se pronunciaba a favor de un endurecimiento de las penas contra la delincuencia y la reducción de la edad mínima de responsabilidad penal a los dieciséis años –detalla Solano–. Por otra parte, exhibían una gran admiración por las figuras del mundo de la Justicia, así como por la Policía Federal, la cual dirige las investigaciones sobre la corrupción que parecen interesarse solo por el PT”. Estos datos coinciden con las cifras de estudios de opinión realizados en 2010 y en 2016 por el Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística (IBOPE) para calcular el peso de las ideas conservadoras en la sociedad. Entre ambas fechas, el apoyo a la reducción de la edad mínima de responsabilidad penal pasó del 63% al 78%; la adhesión a la pena de muerte, del 31% al 49%; y el número de personas que se declaraban conservadoras, del 49% al 59%. “En semejante contexto cabía esperárselo: nunca antes desde el final de la dictadura los grupos parlamentarios conservadores, los que defienden los intereses de los grandes propietarios terratenientes, de los cristianos evangélicos y de los militares, habían estado tan representados en el Congreso”, resume Mauricio Santoro, profesor de Ciencia Política en la Universidad del estado de Río de Janeiro.

“Nada de dinero público para los partidos políticos”

Poco a poco, el movimiento callejero partió a la conquista de las instituciones. Durante las elecciones municipales de octubre de 2016, el MBL –que hasta entonces se consideraba “ciudadano y apolítico”– presentó a 45 candidatos bajo varias etiquetas. Diez resultarán elegidos como concejales; uno, alcalde en Monte Sião en el estado de Minas Gerais (25.000 habitantes). En Porto Alegre, Felipe Camozzato fue elegido bajo los colores del Nuevo Partido (PN), vinculado al MBL. “Antes de 2015, no sabía nada de política. No me interesaba en absoluto”, nos explica entre risas. El novicio se unió al movimiento de oposición al PT formando una batucada con algunos amigos. ¿Su nombre? “La alocada banda liberal”. La orquesta retoma un cántico entonado en los encuentros futbolísticos y le cambia la letra: “¡Llora PTista, bolivariano!”. Esta melodía será entonada durante las manifestaciones que salpicaron el año 2015. En su despacho del Palacio Municipal recuerda con orgullo: “Nos reuníamos bajo la ventana de la presidenta cuando venía a Porto Alegre y pasábamos la noche cantando para impedirle dormir”.

Este tipo de provocaciones le procuraron a Camozzato una notoriedad de la que se benefició durante su campaña. Su proyecto se resumía entonces en una idea: nada de dinero público para los partidos políticos. En efecto, el Tribunal Supremo prohibió en 2015 la financiación privada de las formaciones tras el escándalo de corrupción vinculado con la empresa Petrobras. Hasta entonces, el 70% de la financiación de los partidos provenía del sector privado. Actualmente, el Congreso decide la suma destinada a un fondo público electoral antes de los escrutinios. Para el próximo año (elección del presidente, de los gobernadores, de los miembros de las asambleas nacional y local), el fondo dispondrá de 300 millones de euros. “Una aberración –se indigna Camozzato–. Los partidos deben buscar por sí mismo sus recursos como lo hacen todas las empresas”.

Con veintinueve años, el concejal admite que ignora por completo los problemas de la ciudad; por el contrario, asegura haber examinado minuciosamente las leyes municipales que obstaculizan el espíritu empresarial. Con una imagen insustancial, Camozatto ya se ha destacado al defender la posesión de armas en el caso de los “ciudadanos de bien” o al denunciar a los “jueces con ideología marxista” que liberan a acusados. En agosto calificaba a los militantes del Movimiento de los Trabajadores sin Techo (MTST) de “bandidos” y de “canallas”. “Los partidarios del MBL saben muy bien cómo diseminar el odio. Y la gente los sigue –lamenta Raul Pont, de 73 años, uno de los fundadores del PT y exalcalde de Porto Alegre–. El año pasado, por primera vez en mi vida, fui agredido por una banda de jóvenes furiosos, que me trataron de comunista y de bolchevique...”.

La mayoría de las veces, las agresiones vinculadas al MBL se expresan en las redes sociales, donde la organización se jacta de contar con más de dos millones y medio de seguidores, y donde se beneficia de sitios de “información” que retoman sus salidas de tono. En Brasil, ya familiarizado con los sesgos ideológicos en los grandes rotativos (6), son innumerables los sitios web en los que el derecho a atacar prevalece sobre el de informar. En este ámbito, las páginas web conservadoras sobrepasan a todas las demás. El 71% de las personas encuestadas por el equipo de sociólogos citados anteriormente creía que el hijo mayor de Lula da Silva era el propietario de una de las multinacionales cárnicas más importantes (Friboi). El 53% consideraba que el grupo criminal más grande del país, el Primer Comando Capital (PCC), desempeñaba el papel de brazo armado del PT. El pasado mes de julio, la Asociación Brasileña de Periodistas de Investigación (ABRAJI por sus siglas en portugués) reaccionó ante los repetidos ataques de estos sitios web contra los periodistas que desemboscan sus artimañas, como el sitio web de investigación Agencia Publica, linchado por el MBL por haber expuesto los errores de uno de sus vídeos sobre la delincuencia. Como respuesta, el MBL acusa a la organización de reunir a “militantes de extrema izquierda disfrazados de periodistas”...

Las derechas se disputan el electorado tradicional del Partido de los Trabajadores

Un dirigente político sobresale particularmente en este tipo de registro: el diputado federal Jair Bolsonaro, figura de la extrema derecha brasileña, actualmente en segunda posición en las encuestas para las próximas elecciones presidenciales (con, no obstante, solo un 16% en intención de voto según un sondeo del instituto Datafolha del 3 de octubre). Este exmilitar, elegido desde 1990, nunca ha destacado por su trabajo parlamentario. Sus provocaciones, por el contrario, le confieren una gran visibilidad mediática. Fue el caso durante la votación del Congreso con motivo de la destitución de Rousseff el 17 de abril de 2016 –un escrutinio retransmitido en directo por la televisión–. Bolsonaro justificó entonces su decisión presentándola como un posicionamiento “contra el comunismo, por las Fuerzas Armadas y por la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el terror de Dilma Rousseff”. Este coronel del Ejército de Tierra torturó a la expresidenta (entonces miembro de una organización de extrema izquierda) durante veintidós días cuando estuvo arrestada en 1970. El diputado ha sido condenado por la Justicia por sus declaraciones despreciativas sobre las mujeres, la población negra y los homosexuales, pero “es en la actualidad el político más seguido en Facebook, con más de cuatro millones de seguidores”, observa el sociólogo Pablo Ortellano.

Bolsonaro ha aplaudido las recientes declaraciones del general Antônio Hamilton Martins Mourão, que helaron la sangre a la población, más allá incluso de las víctimas de la dictadura (1964-1985): “Si las instituciones no resuelven el problema político mediante la actuación de la Justicia, expulsando de la vida pública a todas las personas implicadas en delitos, entonces lo haremos nosotros. Todos los camaradas del alto mando están de acuerdo conmigo” (7). Unos días más tarde, su superior en la jerarquía, el general Eduardo Villas Bôas, que dirige el Ejército de Tierra, aseguraba que “la Constitución concede a las Fuerzas Armadas un mandato para intervenir en caso de caos” (8).

“Evidentemente, la Constitución de 1988, nacida tras la dictadura, no permite que las Fuerzas Armadas intervengan de forma autónoma en el ámbito político. Pero el presidente Michel Temer está tan debilitado por una popularidad cercana a cero que ya no tiene autoridad para imponerse al Ejército”, considera la historiadora Maud Chirio en una tribuna titulada “En Brasil, la posibilidad de un golpe de Estado” (9).

En la actualidad, las derechas –extrema, liberal, clásica– se disputan el electorado tradicional del PT, particularmente en la periferia de las ciudades, donde los niveles de vida han progresado durante la última década... gracias a la izquierda. “Estas nuevas pequeñas clases medias sueñan con emprender y consumir”, explica el sociólogo William Nozaki, que ha coordinado un estudio de la fundación Perseu Abramo (ligada al PT) para intentar comprender el retroceso de la formación en los suburbios de São Paulo reflejado en la elección de Doria (10). “Son muy sensibles a los discursos meritocráticos de la derecha o de las iglesias evangélicas, y el discurso del PT, que aún se dirige a los pobres, los conquista en menor medida”. De la misma manera, la periferia de Río de Janeiro votó mayoritariamente a favor de Bolsonaro y del nuevo alcalde Marcelo Crivela (Partido Republicano Brasileño [PRB], derechas), obispo de la poderosa Iglesia universal del Reino de Dios.

Mucho mejor implantadas en los barrios pobres que la Iglesia católica, las Iglesias evangélicas promueven una visión globalmente conservadora e individualista del mundo (11). Para atraer a este electorado, la derecha liberal amplía sus objetivos, como el arte contemporáneo el pasado mes de septiembre. Así, el MBL obtuvo el cierre de la exposición “Queermuseu”: de las 264 obras presentadas, tres habrían hecho –según los jóvenes liberales– “apología de la pedofilia, de la zoofilia y habrían blasfemado la cultura cristiana”. El MBL también ha atacado al Museo de Arte Moderno de São Paulo por una performance artística en la que figuraba un hombre desnudo. “Se trata de una estrategia con vistas a las próximas elecciones –considera Ortellano–. Han comprendido que las ‘guerras culturales’ ofrecen un excelente vector de movilización y que, gracias a un discurso hostil a los movimientos feminista, de la población negra o LGTB, podían hacer que algunos conservadores se sumaran a la causa liberal”.

No obstante, según el equipo de sociólogos dirigido por Ortellano y Solano –que reprodujo su cuestionario durante la tradicional “Marcha por Jesús”, la cual reunió a cerca a un millón de fieles en São Paulo–, los evangelistas resultan ser poco sensibles a las ideas liberales. “Esos fieles no saben posicionarse en el espectro izquierda-derecha. Son conceptos que no les dicen nada. Se consideran de entrada ‘conservadores’, pero no por ello aprueban el programa económico de Michel Temer”, analiza Solano. ¿Una especificidad de los evangelistas? Quizás no.

Nada garantiza que la radicalización de la derecha augure futuros éxitos en las urnas. Los estudios de opinión muestran que la población brasileña se opone a las reformas laborales y de las jubilaciones que el Gobierno quiere implementar. “También lo constatamos en las manifestaciones por la destitución de Rousseff –explica Solano–. La gran mayoría no se muestra favorable a un Estado adelgazado. Desea sistemas de educación y de sanidad de mayor calidad”. Así pues, hay razones para atenuar las certitudes de victoria de los ultraliberales del Foro de la Libertad. Además, aunque la extrema derecha (militar y civil) haya dado rienda suelta a su discurso, aunque la derecha clásica y liberal gobierne y la que quiere regenerarla prometa ser aún más radical, Lula da Silva sigue situándose a la cabeza de las encuestas para las elecciones presidenciales de 2018, con más del 30% en intención de voto.

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(1) Véase “La proliferación de escuelas de pensamiento”, Atlas de economía crítica de Le Monde diplomatique en español, 2017.

(2) Véase Geisa Maria Rocha, “¿Cuál es el balance social de Lula?”, Le Monde diplomatique en español, septiembre de 2010.

(3) Véase Janette Habel, “Brasil vuelve a tirarse a la calle”, Le Monde diplomatique en español, julio de 2013.

(4) Véase “Las ramificaciones del escándalo Odebrecht en Brasil”, Le Monde diplomatique en español, septiembre de 2017.

(5) Todas las encuestas se encuentran en la siguiente página web: https://gpopai.usp.br/pesquisa/?rel=mas

(6) Véase Carla Luciana Silva, “‘Veja’, la revista importante en Brasil”, Le Monde diplomatique en español, diciembre de 2012.

(7) Declaración durante una conferencia pronunciada en la gran logia masónica de Brasilia el 15 de septiembre de 2017.

(8) Entrevista en la cadena TV Globo, 20 de septiembre de 2017.

(9) Libération, París, 26 de septiembre de 2017.

(10) “Percepções e valores políticos nas periferias de São Paulo”, Fundação Perseu Abramo, São Paulo, 2017.

(11) Véase Lamia Oualalou, “Los evangelistas a la conquista de Brasil”, Le Monde diplomatique en español, octubre de 2014.

Anne Vigna

Periodista (Río de Janeiro).

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