Érase una vez la idea de emergencia del continente africano. Es probable que apareciera por primera vez en 1957 en un informe de Richard Nixon titulado “The Emergence of Africa”. El vicepresidente de Estados Unidos acababa de concluir una gira por África durante la cual se reunió con una docena de dirigentes, entre los cuales se encontraban los presidentes Kwame Nkrumah (Ghana) y Gamal Abdel Nasser (Egipto). ¿Qué rumbo iba a tomar África con las independencias que alboreaban? Esa era la pregunta central de un documento donde se traslucía el temor de que la “propaganda” soviética y la preocupante situación de la población negra en los Estados Unidos inclinaran al África poscolonial hacia el comunismo. Hubiera sido una falta de respeto recordar en aquel momento que uno “emerge” de algo, y no de la nada. Dos décadas después, cuando los círculos financieros hicieron suya esa palabra, ya no había lugar (...)
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Una doctrina que no conduce en absoluto al desarrollo
En África, la promesa de “emerger” se queda en un espejismo
Esgrimido constantemente para elogiar los prometedores rendimientos de numerosas economías africanas, el concepto de “país emergente” ofrece una etiqueta para aquellos que se pliegan a los dogmas neoliberales y a las exigencias del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Pero, ante todo, no logra ocultar lo ilusorio de un progreso del que solo se beneficia una minoría.
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