Después de la Segunda Guerra Mundial, la capital del arte se desplaza de París a Nueva York. La escena inglesa, por su parte, vegeta en su aislamiento insular –con unas pocas excepciones, como Francis Bacon y David Hockney y más tarde Lucian Freud o Frank Auerbach–. Todo cambia con el importante giro de los años 1980. Se inauguran la Tate Liverpool (1988) y la Tate St. Ives (1993); Anthony d’Offay, galerista famoso y gran coleccionista, hace un anuncio impactante: “Declaramos que estamos en el mundo más que en Londres”, y expone a la vanguardia internacional. La Royal Academy of Arts presenta en 1981 A New Spirit in Painting, en la que se puede ver por primera vez en el país a artistas alemanes como Gerhard Richter o Georg Baselitz.
Pero es una generación nacida en los años 1960 la que va a llevar a Londres al primer plano de la escena (...)