El vigésimo informe anual sobre desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo Humano (PNUD) describe un círculo vicioso: las desigualdades amplifican los daños ambientales, los cuales, a su vez, incrementan las desigualdades. Los ataques a la naturaleza perjudican más duramente a las poblaciones pobres, en particular a los 1.300 millones de personas que viven de la pesca, la silvicultura, la caza y la cosecha. Así pues, “los países con un índice de desarrollo humano (IDH) bajo, son los que menos han participado en el cambio climático planetario, pero quienes han sufrido la mayor reducción de las precipitaciones”. Y eso afecta negativamente su producción agrícola, su acceso al agua potable, al saneamiento, etc., y contribuye a hacer que baje su IDH.
¿Bastaría con que esos países se enriquecieran para protegerse de los daños ambientales? No, responde el PNUD: históricamente, el incremento de las riquezas ha engendrado un aumento (...)