A fines del siglo XIX, Orville Owen, médico en Detroit, termina el aparato en el cual ha venido trabajando los últimos meses: dos cilindros anchos dispuestos sobre caballetes de madera, accionados por una manivela. Entre ambos tambores, un lienzo de varios cientos de metros sobre el cual ha dispuesto las obras completas de William Shakespeare, así como las de varios de sus contemporáneos. ¿Su proyecto? Hacer girar la cinta de palabras a una velocidad suficiente como para que aparezca el código secreto que le permita descubrir la verdadera identidad del bardo inglés.
Un siglo después, Sam C. Saunders, profesor de matemática aplicada en la Universidad de Washington, encara la misma búsqueda. El dispositivo en el cual se apoya –menos rústico que el de su antecesor– adquiere la forma siguiente:
La ecuación mide la probabilidad ligada a la apuesta del rey Claudio en el duelo del V acto de Hamlet: “Señor, el rey (...)