Maurice Maeterlinck (1862-1949) es un gran inclasificable. Escribió La vida de las abejas, que no es un documental sobre apicultura sino una reflexión visionaria sobre la unicidad de orden místico del hombre y la naturaleza. Revolucionó el teatro al inventar una nueva dramaturgia–“¿Será absolutamente necesario gritar como Atridas para que un Dios eterno se nos muestre en la vida? ¿No viene nunca a sentarse bajo la lámpara inmóvil?”. Es el primero en introducir en la literatura “la riqueza múltiple de la subconsciencia”, como enfatizó Antonin Artaud. Atravesado por una fuerza extraña, que hace de él –al mismo tiempo– un boxeador, al que pudo verse intercambiar guantazos con el campeón mundial de los mediopesados Georges Carpentier, y un poeta empeñado en dar cuenta de que “allí donde el hombre parece a punto de acabar es probablemente donde empieza”.
Escribe en francés, lengua de su familia, de algunos amigos, de una clase social. (...)