Se sabe: lo que hace grande a una novela es la capacidad de producir efectos de verdad que escapan a todos los demás sistemas de representación o interpretación; la capacidad de revelar una parte de la experiencia humana a la que sólo el arte de la novela permite acceder.
Esta es, como sabemos, la gran tesis de Hermann Broch, que hoy desarrolla Milan Kundera y que Carlos Fuentes, por su parte, nunca dejó de retomar y amplificar.
Y de hecho, si queremos comprender algo sobre México (sus paradojas, sus ambigüedades, su violencia fundadora enterrada y aún presente, su memoria plural y enredada), vale la pena leer, más que discursos históricos, filosóficos, políticos o sociológicos, novelas como La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Cristóbal Nonato o La frontera de cristal.
Cuando Fuentes comenzó a escribir, los jóvenes escritores latinoamericanos debían, de algún modo, elegir un bando: había que tomar (...)