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Invasión rusa de Ucrania

Y Putin blandió su bomba...

¿Podría ser este el regreso del Dr. Strangelove? Comoquiera que sea, al agitar el sonajero de la “disuasión” para intentar salir del embrollo ucranio y enfrentarse a las sanciones, al boicot y a las condenas de todo el mundo, el presidente ruso Vladímir Putin puede presumir de haber “despertado” el fantasma de la antigua Guerra Fría y de haber internacionalizado, de repente, algo que se anunciaba como una guerra esencialmente regional, en los márgenes –que no en el corazón– de Europa.

por Philippe Leymarie, Miércoles 9 de marzo de 2022
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En un submarino soviético B-515 (U-434 en Occidente), Museo Naval de Hamburgo cc Tony Webster, 2014.

Diagnóstico equivocado: la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), lejos de la “muerte cerebral” anunciada en 2019 por Emmanuel Macron, ha resucitado en las últimas semanas. Sin vocación durante un largo periodo y por un tiempo “sin fronteras”, hasta el punto de perderse en Afganistán, he aquí que la Alianza Atlántica ha vuelto a dotarse de un enemigo como Dios manda, parecido al de antes. Hay movilización a lo largo de todas las fronteras con Rusia, puesta en alerta de los arsenales nucleares, de las escuadras de bombardeo aéreo, de las flotas de guerra, mientras se anuncian día sí y otro también ayudas militares a Ucrania y a los países de Europa del Este, medidas de represalia de todo tipo, una maraña de sanciones de un alcance sin precedentes, y para pronto un nuevo aumento de los presupuestos militares de muchos países…

La primera conmoción, tras la etapa del reconocimiento de las dos repúblicas del Este por parte de Moscú el 21 de febrero, fue la advertencia que acompañó el anuncio de una “operación militar especial” en Ucrania el 24 de febrero: “Cualquiera que pretenda interponerse en nuestro camino o amenazar a nuestro país y a nuestro pueblo debe saber que la respuesta rusa será inmediata y tendrá unas consecuencias nunca vistas en su historia”, remachó Vladímir Putin, mientras los primeros bombardeos alcanzaban instalaciones militares ucranias y los tanques comenzaban a invadir el país, recordando al mundo aquellas imágenes de las tropas soviéticas del Pacto de Varsovia cuando reprimieron los levantamientos populares en Budapest (Hungría) y Praga (antigua Checoslovaquia).

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Al tiempo que afirmaba no querer ocupar Ucrania, sino solo “desnazificarla”, impedir el “genocidio” de los prorrusos y “desmilitarizarla”, el líder ruso también pedía al Ejército ucranio que derrocara a su presidente, en lo que fueron unos intentos de demonizar al adversario pronto olvidados conforme avanzaba la invasión a gran escala del país... y surgían algunos contratiempos.

Expertos estupefactos

Pero fue otra pequeña frase de Putin la que iba a acelerar la toma de conciencia internacional, así como las iniciativas europeas y de la OTAN: el domingo 27 de febrero, declaró que había ordenado “poner las fuerzas de disuasión del Ejército ruso en régimen especial de servicio”. Leña al fuego para los canales de noticias, donde los expertos habituales manifestaron de inmediato su asombro: “(...) Está jugando con fuego (...) rompiendo un tabú (...) riesgo máximo (...) órdago (...) cambio de paradigma (...) nuevo reparto de las cartas (...)”. Y pasto para la ira de los jerarcas occidentales: “Retórica peligrosa (...) irresponsable (...) inaceptable (...) fabricar amenazas que no existen (...)”.

Las fuerzas de disuasión, según el Ministerio de Defensa ruso, son un conjunto de unidades cuya finalidad es desactivar cualquier iniciativa bélica contra Rusia, “incluso en caso de guerra con uso de armas nucleares”. Este conjunto consta de tres componentes: las unidades de misiles estratégicos, las fuerzas navales estratégicas y la fuerza aérea estratégica, conocidas a veces conjuntamente como “tríada nuclear”. Estas fuerzas, que utilizan tipos de armamento no necesariamente nuclear, están equipadas con misiles, bombarderos, submarinos y buques de superficie. En el aspecto defensivo, incluyen un escudo antimisiles y sistemas de defensa aérea y antisatélites.

El “régimen especial de servicio” es, sin embargo, uno de los niveles más altos de preparación para el combate –el tercero de cinco, según algunos expertos–: aquel en el que los submarinos suben a una profundidad que hace posible el disparo; se activan las redes y los sistemas, se retira la carcasa de los vectores, se quitan los opérculos, etc. A esta fase solo le sigue la “plena preparación para el combate”, que llevaría entonces a una posible apertura de fuego. Se supone que un proceso de escalada controlado y unas cadenas de mando seguras protegen a los poseedores de armas nucleares de decisiones irreparables, en Moscú o en otros lugares.

¿Una muestra de debilidad?

Aunque en la “gramática” de la disuasión nuclear lo habitual es no hablar demasiado (1), para establecer o mantener un nivel suficiente de incertidumbre y autonomía y no asustar a la población a priori, el régimen ruso, encarnado en Vladímir Putin, no ha tenido reparos en agitar esta amenaza: ya lo hizo en 2014, con motivo de la anexión de Crimea; y en tres ocasiones en los últimos días, los días 8, 24 y 27 de febrero de 2022.

Sin embargo, hay quienes han visto el anuncio de este refuerzo –real o formal– del nivel de alerta de las fuerzas estratégicas como una muestra de debilidad por parte del régimen, en un contexto más difícil de lo que Putin esperaba:
- la resistencia finalmente muy decidida de una gran parte de los ucranios;
- el nacimiento de un “Churchill ucranio” en la persona del presidente Volodímir Zelenski;
- un clamor internacional y un oprobio casi general ante este tipo de acciones ofensivas y destructivas contra un país vecino;
- la aceleración de las entregas de armas europeas y estadounidenses a los combatientes de la resistencia ucrania;
- el incremento de las sanciones contra Rusia, que ya parecen surtir efectos;
- el despertar de Europa y de la OTAN y, ahora sí, una verdadera movilización militar occidental en sus fronteras;
- un despertar de la opinión opositora rusa, que avanza conforme se van concretando las consecuencias de las sanciones internacionales y se hace patente que lo que se le presenta como una simple “operación” de ayuda a los “hermanos ucranios” tiene visos de convertirse en una guerra.

Alegres y alborozados

Según el general francés Vincent Desportes, exdirector de la Escuela de Guerra, el tiempo corre en contra de Putin: se encuentra en un callejón sin salida. Tendrá que parar esta guerra, y “tendremos que dejar que se vaya con algo”. Pero, mientras tanto, “esto puede ser Grozny (2), pero también Stalingrado (3) –y Putin lo sabe–”.

Por eso mismo, Desportes muestra mayor “inquietud”: “Hemos cambiado de mundo hoy (domingo 27 de febrero) a las 15 horas. Ya no se trata de 100.000 vidas y cuatro ciudades, sino de la destrucción del mundo. ¿Vamos a repetir la crisis de los misiles cubanos de 1962? (4). A Kennedy le costó frenar a sus militares, pero había un círculo en torno a Jruschov (5), mientras que Putin está solo”. Dicho esto, según el general Desportes, “ha hecho gala de una relativa moderación”, al menos al principio de la intervención de sus tropas: envió un ejército de reclutas, que esperaba liberar a los ucranios alegres y alborozados…

A Desportes le sorprende especialmente el “atronador silencio de los estadounidenses”, que se mostraron locuaces antes del ataque, al tiempo que aseguraban que ellos mismos “no irían”; pero que a su manera “pulsaron el botón” de la operación rusa, como apunta Alain Bauer, otro especialista en temas de seguridad.

“Rusia ha sido maltratada desde 1991 –reconoce Pierre Conesa, antiguo asesor del Ministerio de Defensa francés–. Vladímir Putin, con buenas disposiciones al principio, ha devuelto la dignidad a los rusos tras el derrumbe de la URSS, pero ha terminado crispándose. Siente que la OTAN –que no se ha disuelto, a diferencia del Pacto de Varsovia, y que ha seguido expandiéndose (6)– le está cercando de nuevo”. ¿La solución, según Conesa? Una gran conferencia sobre la seguridad en Europa, para diseñar una nueva arquitectura de paz; y para reconocer, aunque sea parcialmente, algunas de las demandas de seguridad de Rusia.

Reafirmación

Si no, ¿dónde se detendrá Putin, se preguntan muchos analistas? ¿Y dónde se detendrá la OTAN, si hasta Suecia y Finlandia se unen, por no hablar de Ucrania y Bosnia, y más candidatos que vengan? Oficialmente, la organización transatlántica no se considera “en guerra” con Rusia, como repitió Camille Grand, su secretario general adjunto, el 27 de febrero en la emisora France Inter. Se limita a tomar “medidas defensivas proporcionadas”, iniciativas de “reafirmación”, como se dice, para los países de la Alianza que se sienten amenazados en las fronteras de Rusia.

Grand considera que Moscú es “creador de los acontecimientos de los que se queja” y recuerda que hoy en día Ucrania es “solo un socio de la OTAN, no un aliado”, lo que no ha impedido a la organización coordinar de facto las peticiones de armamento ucranianas, enviando el mensaje a sus treinta Estados miembros. La organización fundada en 1949 “no se limita a la defensa de un Estado miembro”, recuerda a Libération Pierre Haroche, investigador sobre seguridad europea en el Instituto de Investigación Estratégica de la Escuela Militar (Irsem), citando los ejemplos de las operaciones en Kosovo en 1999, en Afganistán después de 2001 o en Libia en 2011 (7).

En Francia, quizás más que en cualquier otro lugar, se trata de un reflejo muy asentado: cuando se oye la palabra “disuasión”, se piensa inmediatamente en lo nuclear. La “fuerza de ataque” –como se la llamó durante mucho tiempo– existe desde 1964, por iniciativa del presidente Charles de Gaulle, que decidió al mismo tiempo abandonar el mando integrado de la Alianza Atlántica (8). Ha permanecido como arma de “no uso”, considerada como un seguro de vida: un posible enemigo que amenazara los “intereses vitales” de Francia se expondría a ataques que causarían daños al menos equivalentes o superiores a la agresión, y dado el caso a un “segundo ataque”.

La disuasión soy yo

Ya en 1946, al año de lanzarse las primeras bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, los teóricos de la disuasión estadounidenses empezaron a explicar que, si hasta entonces lo que se intentaba era ganar la guerra, a partir de ahora habría que evitarla, o prepararla para no tener que librarla. De ahí la noción de arma de “no uso”, que ha sido la característica de las armas nucleares hasta los últimos años. Durante la Guerra Fría, se podía hablar de un “equilibrio del terror”, en el que cada bando apostaba por la racionalidad de un adversario que no asumiría el riesgo de sufrir daños inaceptables.

En este aspecto, depende mucho de la definición de lo que el agresor y el agredido consideran “intereses vitales”, y también de la credibilidad del poseedor del arma atómica, de su serenidad y de su capacidad de discernimiento. El 16 de noviembre de 1983, durante la crisis de los euromisiles con Rusia, François Mitterrand recordó en Antenne 2 la abrumadora responsabilidad que recaía en el presidente en Francia: “Lo fundamental en la estrategia de disuasión es el jefe de Estado, soy yo: todo depende de su determinación. El resto es material inerte, bueno, hasta la decisión que debe consistir precisamente en no utilizarla” (citado por Le Monde, 28 de febrero de 2022).

Léase también a Michael Klare “La resurrección de una superpotencia”

La disuasión nuclear sigue siendo objeto de consenso en todo el espectro político francés. Los más críticos –La France Insoumise (LFI)– lo son moderadamente, y reconocen la eficacia de esta estrategia hasta el momento, pero cuestionan las limitaciones y el futuro de esta arma, que va camino de ser destronada por los avances en términos de velocidad de los vectores aéreos, detección de buques submarinos, etc. En ese caso, habría que sustituirla por otros medios de disuasión, por ejemplo, en el ámbito espacial.

Entre las repercusiones de los últimos días, además del “revival” de la OTAN, hay que destacar el fuerte impulso dado a las iniciativas europeas de defensa, como demuestra el espectacular esfuerzo presupuestario anunciado en Alemania (100.000 millones de euros), país que podría con el tiempo llegar a tener el mayor ejército del continente. También están las contorsiones de algunos de los candidatos a las elecciones presidenciales francesas, sospechosos de complacencia pasada hacia el régimen ruso y su líder. Y la buena cara que presenta el presidente saliente, Emmanuel Macron, a quien ciertamente Vladímir Putin tomó el pelo igual que a otros, pero que –tras la diplomacia del “pequeño telegrafista”– ha vestido el traje de comandante en jefe, mientras los soldados franceses se dirigen a Rumanía y el Ejército francés ejerce el turno de mando de la fuerza de reacción rápida de la OTAN. Y ahí es donde nos ha llevado, en el momento de publicar estas líneas, el “arranque de ira” del zar ruso.

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(1) Bajo esta consideración, la declaración del ministro francés de Asuntos Exteriores, Jean-Yves Le Drian, en la que afirmaba el jueves 24 de febrero que “Vladímir Putin debe comprender que la Alianza Atlántica es una alianza nuclear”, fue bastante inoportuna y tuvo que ser “recontextualizada” por el Palacio del Elíseo: “Quiso recordar que no la OTAN, sino Francia, Estados Unidos y el Reino Unido son potencias nucleares, y que desde luego esto está incluido en la postura de la OTAN” (Le Monde, 1 de marzo de 2022).

(2) Capital de Chechenia, “pacificada” por el ejército ruso a costa de una sangrienta represión y de una destrucción casi total.

(3) Una batalla esencial contra el invasor nazi en 1943, que costó a la Unión Soviética millones de víctimas.

(4) Lo que llevó al famoso “teléfono rojo” entre la Casa Blanca y el Kremlin.

(5) Y finalmente fue depuesto en octubre de 1964.

(6) Once países de Europa del Este se han incorporado a la OTAN desde 1996 y la disolución del Pacto de Varsovia. Una segunda oleada de ampliación, que comenzó en 2004, involucró a siete Estados, sobre todo de los países bálticos y de los Balcanes. Montenegro se incorporó en 2017 y Macedonia del Norte, en 2020. Bosnia está en espera, como parte del Plan de Acción para la Adhesión (MAP), un programa que sirve de paso previo antes de que los candidatos sean aceptados en la Alianza.

(7) Léase Anne-Cécile Robert, “El orden internacional pisoteado por sus garantes”, Le Monde diplomatique en español, febrero de 2018.

(8) El presidente Sarkozy, en 2007, decidió que Francia se reincorporara al mando integrado.

Philippe Leymarie

Periodista.