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La máquina con la que soñaban los neoliberales

Una reforma para Europa

por François Denord, noviembre de 2007

Ni el mercado, ni la moneda –ni el pensamiento– eran todavía “únicos”. Pero estaban en camino de serlo. Firmado en marzo de 1957, el Tratado de Roma instituyó la Comunidad Económica Europea (CEE) y estableció los principios fundacionales de un mercado unificado: libre circulación de mercaderías, personas, servicios y capitales. Sus seis signatarios –Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo, los Países Bajos y la República Federal de Alemania– acordaron un levantamiento gradual de las barreras arancelarias y la coordinación de sus políticas nacionales, especialmente en el terreno de la agricultura y el transporte. Fijaron además las reglas de juego de la competencia prometiendo encuadrar los acuerdos y las fusiones y reducir los subsidios públicos a las empresas.

La celebración de este gran salto hacia adelante por la paz de los pueblos europeos ocultaba la dimensión esencial del texto bautismal: el mercado común fue concebido como un instrumento de liberalización de las economías nacionales. (...)

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