La leyenda cuenta que en octubre de 1919 Lenin habría visitado al fisiólogo Ivan Pavlov para ver de qué manera sus trabajos sobre los reflejos condicionados del cerebro podían contribuir a concebir el “hombre nuevo”, que los bolcheviques intentaban por ese entonces moldear. El científico hubiera podido servir a la propaganda del régimen asociando, mediante estímulos exteriores, las pulsiones instintivas a automatismos de transformación colectiva. En realidad, Pavlov no fue de ninguna ayuda para los bolcheviques, pero esta anécdota, verdadera o falsa, ilustra una fantasía que pobló el siglo XX: la de poseer las mentes por medio de la manipulación del inconsciente. Lo que acabaría con todas las resistencias que conlleva el simple uso de la razón crítica. Desde entonces, una propaganda es juzgada eficaz cuando entiende que un mensaje se asimila mejor si su receptor está condicionado psicológicamente para tragarlo y hacerlo suyo.
Las sociedades democráticas eliminaron de su lenguaje (...)