Gracias a generosas inyecciones de dinero público, los bancos han recuperado su esplendor. Incluso emergen de la crisis financiera más grandes y más poderosos que antes. Y, por lo tanto, más susceptibles aún de tomar “como rehenes” a los Estados cuando se produzca la próxima tormenta. Este es el momento que han elegido los Gobiernos occidentales y los bancos centrales para hacer sonar nuevamente la alarma sobre la deuda.
El fantasma de la quiebra –astutamente puesto entre paréntesis mientras había que desembolsar cantidades inconcebibles para salvar a Goldman Sachs, al Deutsche Bank o a BNP-Paribas– reaparece esta vez con el fin de agilizar la invasión de las lógicas de rentabilidad mercantil en actividades que permanecían a salvo de ellas. El peso del endeudamiento, agravado por la recesión económica, sirve una vez más de pretexto para el desmantelamiento de la protección social y de los servicios públicos. Hace un año se anunciaba (...)