Desde su balcón, Paolo Rumiz deja vagar su mirada por las mesetas que rodean las zonas industriales del golfo de Trieste. “No fue el mar lo que despertó mi deseo de otros lugares, sino la cercanía de la frontera. En la época de Yugoslavia, esta daba acceso a un mundo extraño y desconocido”, recuerda este escritor viajero. “Trieste es un callejón sin salida en el fondo del Adriático, pero también es una puerta y la ciudad que atraviesan los exiliados en su camino hacia Occidente”. Por este gran puerto italiano pasaron los refugiados que, en la década de 1990, huían de las guerras que desgarraban Yugoslavia. Actualmente, es uno de los principales destinos de la “ruta de los Balcanes” que recorren los migrantes que tratan de entrar en la Unión Europea (UE).
“Tenemos experiencia en la acogida de personas”, confirma Gianfranco Schiavone, presidente del Consorcio Italiano de Solidaridad (CIS), una organización (...)