El 17 de julio de 2006, en la cumbre del G8 celebrada en San Petersburgo durante la primera semana de la agresión israelí contra el Líbano, una cámara de televisión indiscreta pudo captar un diálogo inopinado entre Anthony Blair y George W. Bush. El presidente de Estados Unidos charlaba por encima de su hombro con su principal aliado europeo, preguntándole con negligencia: “¡Eh! Blair, ¿tus cosas bien?”.
La breve conversación que siguió no revestía ningún interés particular, pero los medios de comunicación registraron inmediatamente la total falta de interés de Bush por lo concerniente del primer ministro británico: “Blair aparece menos como el jefe de un Gobierno soberano que como un colaborador de Bush que espera –en vano– el visto bueno de su patrón”, comentó The Guardian. Si antes Blair podía imaginarse que mantenía una provechosa “relación especial” con el presidente estadounidense –desde hace mucho tiempo sus adversarios lo trataban de (...)