Dilma Rousseff lleva unas gafas de grueso aumento y marco negro que ocupan casi la mitad de su cara redonda. Disimulan una mirada altiva, directa, según se observa a pesar de los contornos algo borrosos de una foto de 3 x 4, atravesada por un sello rojo de los utilizados en los archivos militares. Seguramente el represor que la fotografió en 1970, poco después de haberla retenido en un centro de torturas de Sao Paulo, no imaginaba que aquella joven de 22 años, fichada como la “prisionera 3023”, algún día sería candidata a la Presidencia de Brasil.
Ese diminuto retrato en blanco y negro guardado durante décadas en oficinas donde funcionó la DOPS (Dirección de Orden Político y Social), la policía política de la dictadura, es una primera pista sobre la biografía pública y personal de esta economista, desconocida para el electorado hasta hace un año, a quien las encuestas de (...)