Belgrado 2000 - Tbilisi 2003 - Kiev 2004. Tres revoluciones no violentas derrocan un poder infame, corrupto, decadente, cualquier cosa menos democrático. Tres veces el mismo escenario. En los dos últimos casos, Rusia pierde la calma y denuncia la injerencia occidental, estadounidense especialmente, en su extranjero cercano.
Sin embargo, cuando en ese frío noviembre de 2004 cientos de miles de ucranianos salen a la calle, ¿qué podían hacer Vladimir Putin y los jefes de Estado a los que apoya frente a la no violencia? ¿Qué hacer frente a una multitud tan bien organizada, e incluso innovadora? Nada. Un estilo se impone sobre otro.
Estas manifestaciones parecían espontáneas. En ello reside su fuerza. Sin embargo, fueron planeadas hasta en sus mínimos detalles. Es en Belgrado donde la receta de la revolución no violenta se puso a punto. Los bombardeos de la OTAN fracasaron en 1999. Estados Unidos y la Unión Europea habían decidido (...)