A veces, los aniversarios sirven de pretexto para pasar el plumero a nombres propios o acontecimientos que duermen medio olvidados en el desván. En tales casos, se renueva provisionalmente el lustre de la efemérides o del personaje en cuestión, para que luego recobren el sueño. Y, paulatinamente, también el polvo. Si acaso, la diferencia la constituirán ciertas mejoras en la escenografía con la que se los presenta en el panteón de la memoria colectiva.
No es éste el caso del artista valenciano Josep Renau (1907-1982), cuyo centenario acabamos de celebrar con una gran exposición antológica. Pero si antes he dicho que esta conmemoración no ha sido simple faena de plumero, no es sólo por la magnitud de la celebración que se ha conseguido orquestar, sino porque, como afirma su sobrino, el pintor Jorge Ballester, Renau es un cadáver insepulto por derecho propio. A lo que podríamos agregar que, en cualquier caso, (...)