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La última entrevista de un guionista genial

Rafael Azcona, memoria de posguerra

Rafael Azcona falleció el pasado 24 de marzo. Le conocí en 1962, o sea, hace muchos años. Ha querido el destino que recientemente haya podido gozar de dos ocasiones en las que ha coincidido mi peripecia personal con la suya. Una de ellas fue cuando hace algunos meses, José Luís García Sánchez me invitó a encarnar al inefable personaje de Don Estrafalario en “Martes de Carnaval”, filme que reúne tres de los geniales esperpentos de Valle-Inclán y que además tiene el privilegio de contar con Rafael Azcona como guionista. La otra, cuando decidí hacer con Rafael una entrevista filmada, hasta ahora inédita. Aunque él trabajó en diversos temas, me parece que hay uno dominante: nuestra posguerra. Creo que resulta difícil encontrar a alguien que haya sabido reflejar tan bien en su obra lo que significó la posguerra que siguió a –o mejor dicho prolongó– la guerra española. Lo demuestran sobradamente “El pisito”, “El cochecito”, “Plácido”, “El verdugo”, obras maestras que, en mi opinión, convierten a Azcona en la persona más destacada de nuestra cinematografía (la obra de Luis Buñuel se desarrolló principalmente en el mundo ancho y ajeno). Por eso, buena parte de la mencionada entrevista está dedicada a este tema, y considero significativo reproducir aquí parte de ella.

por Julio Diamante, agosto de 2008

Rafael, ¿guardas muchos recuerdos de la guerra?

Muchos. Nací en el año 1926, en octubre, así que en 1936, al estallar la guerra, tenía nueve años. Yo vivía en Logroño, en la calle Pi y Margall, que antes se había llamado Muro de los Carmelitas. Ese día, 18 de julio, mi padre me había llevado al río a bañarme. Y yo ya sabía que los militares se habían sublevado en África. Mi padre era un hombre de izquierdas, que votaba a Izquierda Republicana porque tenía confianza en Manuel Azaña. Nuestra familia era muy modesta y la única decoración que había en nuestra casa era un calendario cuyo motivo eran Galán y García Hernández y su fusilamiento, con una orla republicana. Esa misma tarde, mi padre quemó el calendario.

También esa noche empezamos a escuchar cánticos de los requetés, que de madrugada entraron cantando en Logroño. Y recuerdo las tapias del cementerio, donde (...)

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