La constatación es amarga y reveladora: “El derrumbe de la Unión Soviética fue el mayor desastre geopolítico del siglo. Para la nación rusa fue un verdadero drama”, declaró el presidente Vladimir Putin en su discurso anual ante el Parlamento el 25 de abril de 2005. Expresaba así la profunda perturbación del Kremlin ante la irresistible decadencia de su poder y la pérdida de las conquistas territoriales acumuladas a lo largo de tres siglos.
A partir del 11 de septiembre se había registrado un espectacular acercamiento de Moscú respecto de Estados Unidos y la Unión Europea, pero los factores de tensión comenzaron a sumarse desde finales de 2003, fundamentalmente a raíz de la “revolución rosada” en Georgia, y de la “revolución naranja” en Ucrania, sin contar las divergencias respecto de Irán. En Moscú, especialistas, diplomáticos y dirigentes políticos se preguntan: ¿Rusia tiene que continuar su asociación estratégica con Estados Unidos, o acercarse (...)