“Buenos días, soy el propietario del subsuelo”, anuncia Richard L. Dockery al guardia, que, en su cabina de plástico, se apresura a abrir el portón automático. Aparece entonces un largo y terroso camino salpicado con pozos de petróleo que parecen tapas de alcantarillado cuadradas, difíciles de distinguir entre la maleza que los rodea. Gracias a la revolución de la fractura hidráulica (fracking) y al desarrollo del petróleo de esquisto, Dockery se ha convertido en millonario. En Three Rivers, un pequeño pueblo de dos mil habitantes al sur de Texas, el oro negro corre a raudales por toda la cuenca de Eagle Ford y, sobre todo, bajo el terreno de este hombre de cuarenta años.
Como la extracción no produce ningún tipo de ruido, Dockery habría podido seguir viviendo en su vivienda de Three Rivers. No obstante, ha preferido construir una más grande a unos kilómetros de allí y vender su antigua (...)