La idea de que vivimos en una sociedad de consumo tiene todas las apariencias en su favor. Basta con recorrer las arterias de nuestras grandes ciudades para extasiarse o exasperarse ante la abundancia de bienes expuestos y de mensajes que los promocionan. De esta observación de medio siglo de antigüedad deriva una doble afirmación. Según la primera, el comportamiento de la gran mayoría de la población se habría transformado profundamente: ahora somos consumidores a tiempo completo, insaciables y fascinados. Según la segunda, nuestra sociedad se habría vuelto unidimensional, ya que no ofrece otra perspectiva distinta a la del consumo.
Es bastante fácil desmentir esta díada: no todo el mundo está satisfecho y las evidentes desigualdades de ingresos se reflejan en grandes disparidades de consumo, que afectan a la vivienda, al equipamiento doméstico o al ocio. Sin embargo, este argumento no socava la fuerza de las creencias: la sociedad de consumo y (...)