El 5 de mayo de 2019, Estados Unidos anunciaba el despliegue en aguas del golfo Arabo-Pérsico del portaaviones USS Abraham-Lincoln, así como de una fuerza de bombarderos. Al mencionar una “respuesta a señales y advertencias preocupantes que han generado una escalada”, John Bolton, asesor de Seguridad Nacional, advertía a Irán con respecto a cualquier ataque contra los intereses estadounidenses en la región. Desde entonces, no ha dejado de aumentar la tensión en la península Arábiga y en el Golfo; mientras tanto, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, aliados de Washington, señalan de manera más o menos explícita a Irán como responsable del sabotaje de petroleros cerca del estrecho de Ormuz y del aumento de la actividad de la rebelión hutí en Yemen. “Estados Unidos no busca una guerra con el régimen iraní, pero estamos totalmente preparados para responder a un ataque, ya sea por procuración, por parte de los Guardianes de la Revolución o por las fuerzas regulares iraníes”, añadía el asesor del presidente Trump.
En la actualidad no se puede excluir la posibilidad de un enfrentamiento armado de Estados Unidos, sus aliados del Golfo e Israel contra Irán. La salida belicista de Bolton lo demuestra. De forma indirecta, también pone de relieve la estructura en dos cuerpos de las fuerzas militares iraníes a las que se deberá enfrentar cualquier beligerante que ataque a la República Islámica. Para comprender su doble naturaleza y juzgar su capacidad para hacer frente a lo que constituiría una nueva intervención estadounidense en la región, hay que remontarse a los días posteriores a la caída del sha hace cuarenta años.
El 12 de febrero de 1979, aunque el Ejército imperial proclamó su neutralidad, los nuevos dirigentes iraníes efectuaron en su seno una brutal purga, sobre todo entre los oficiales superiores, pues sospechaban que seguía siendo leal al soberano derrocado, exiliado en Marruecos. Rebautizado como Ejército de la República Islámica de Irán (Artesh), se situó bajo la tutela directa de una organización política muy estricta al servicio del régimen de los mulás: los Sepah-e Pasdaran-e Enghelab-e Islami o Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica, también llamados Pasdarán. Constituido en su origen por las milicias populares que apoyaban al ayatolá Ruhollah Jomeini, el Guía Supremo, el Cuerpo de los Pasdarán ejerce desde entonces de contrapeso del Ejército regular y es un eficaz instrumento de disuasión de cualquier intento de golpe de Estado. En efecto, la historia de la República Islámica está marcada, en particular en sus inicios, por conspiraciones militares más o menos reales, desarticuladas por los Pasdarán y seguidas de sangrientas purgas.
Apenas un año y medio después del advenimiento de la República Islámica, la invasión del territorio iraní por parte del Ejército iraquí, el 22 de septiembre de 1980, ofreció una oportunidad al Artesh para demostrar su lealtad al régimen. Se volvió a llamar a exoficiales jubilados y otros, encarcelados, fueron liberados y enviados a las unidades de combate. Fue el caso de numerosos pilotos juzgados como sospechosos debido a su formación en Estados Unidos. La contraofensiva victoriosa del Ejército regular contra las tropas iraquíes condujo a la recuperación del puerto de Jorramchar en mayo de 1982. Marcó un giro decisivo en la guerra y, durante el verano de 1982, Irán consiguió recuperar el conjunto de territorios conquistados por Irak. Sin embargo, el régimen de los mulás relegó muy rápidamente al Artesh a un segundo plano en las operaciones para permitir que los Guardianes de la Revolución adquirieran legitimidad militar. El fanatismo de los Pasdarán los llevó a querer continuar con los combates para derrocar a Sadam Hussein. Su ofensiva generalizada contra Irak produjo unos resultados desastrosos. La guerra, que causó cientos de miles de muertes, acabó sin ningún vencedor el 20 de agosto de 1988.
Desde ese conflicto, las fuerzas militares iraníes se apoyan, pues, en dos pilares con unos papeles bien definidos. Según el artículo 143 de la Constitución de 1979 (enmendada en 1989), el Ejército regular es “garante de la independencia y de la integridad territorial del país, así como del orden de la República Islámica”. El artículo 150 subraya, por su parte, que el Cuerpo de los Pasdarán debe “mantenerse para que pueda asumir su papel de guardián de la revolución y de sus realizaciones (…) en una cooperación fraternal [con otras ramas de las fuerzas armadas]”. En la práctica, el Artesh está pensado como un ejército defensivo clásico, con cuatro cuerpos: el ejército de tierra, la aviación, la marina y, desde 2007, la defensa aérea. Su misión principal es la protección del territorio y vigilar las fronteras.
Los Pasdarán, por su parte, que pasaron del estatus de milicia popular al de auténtico ejército en 1985, están destinados a servir a la ideología de la República Islámica. Su cuerpo, que depende directamente del Guía de la Revolución y que está dirigido desde abril de 2019 por Hossein Salami, tiene acceso a los mejores reclutas y adopta hasta el extremo la teoría de la guerra asimétrica permanente. A través de las fuerzas Al Qods (“Jerusalén” en árabe y en farsi), esta entidad, que cuenta con 150.000 hombres, tiene capacidad para proyectarse a teatros de operaciones exteriores, como Siria –junto al régimen de El Asad–, el Líbano –como apoyo de Hezbolá– o Irak –con las milicias chiíes–. Por el contrario, el Ejército regular no dispone de suficientes medios logísticos para resistir fuera de las fronteras. En caso de contraofensiva enemiga, su componente aéreo no puede proteger a sus tropas ni controlar el espacio aéreo. Con todo, sus efectivos de 350.000 hombres, 200.000 de ellos reclutas que cumplen un servicio militar obligatorio de dieciocho a veinticuatro meses, le proporcionan una sólida base territorial. No existe ningún documento oficial que resuma su doctrina, pero los discursos pronunciados por los dirigentes iraníes durante las conmemoraciones oficiales de la “victoria” contra Irak insisten en su capacidad de resiliencia. La base de su identidad se encuentra en que logró hacer frente a la invasión iraquí en 1980 y darle la vuelta a la situación tras algunos meses de terribles combates.
Dejando a un lado la movilización patriótica que seguramente provocaría entre la población, una invasión extranjera debería contar, pues, con un Ejército regular en el que predominara la idea de mantener sus posiciones cueste lo que cueste. También debería hacer frente a unos Pasdarán entrenados para llevar a cabo una guerra de guerrillas en el exterior contra fuerzas superiores en número y para hacer que se cierna una amenaza permanente sobre sus adversarios y sus intereses económicos. Así, las aguas del Golfo les ofrecen un amplio abanico de blancos neurálgicos: petroleros, desalinizadoras, buques de guerra extranjeros, etc.
Esta dualidad entre Ejército regular/Pasdarán y defensa/ataque también se encuentra en la protección del espacio aéreo. Ciertamente, el Ejército del Aire, que solo dispone de 65 aviones de combate, de los cuales algunos datan de la época del sha (cazas F-5 y cazabombarderos F-4), sigue siendo el pariente pobre del Artesh. Sin embargo, posee uno de los mejores sistemas del mundo en materia de defensa aérea del territorio, con, en particular, el radar transhorizonte ruso Rezonans y los sistemas pasivos Avtobaza, sin olvidar una multitud de radares clásicos rusos y chinos. Más importante aún: Irán, que en teoría es capaz de detectar aviones furtivos, adquirió en 2016 el sistema ruso de defensa antiaérea S300, que le permite defender sus lugares estratégicos en un radio de doscientos kilómetros. Los Pasdarán, por su parte, tienen también la misión de desarrollar los medios balísticos susceptibles de disuadir cualquier ataque. A este respecto, inventariar los misiles iraníes sigue resultando difícil, pero se sabe que los Guardianes de la Revolución disponen de al menos trescientos misiles Shahab-1 y Shahab-2 de un alcance máximo de quinientos kilómetros. Concebidos durante los años 1980 y de fabricación norcoreana, algunos incluso se han modernizado localmente, amenazando su alcance directamente a las bases estadounidenses en la periferia de Irán (el Golfo, Irak, Afganistán). Según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), Teherán también dispone de un centenar de misiles cuyo radio de acción supera los 1.000 kilómetros (Shahab-3/Ghadr), incluso los 2.500 kilómetros (Soumar/ Sajjil), lo que sitúa a su alcance a Arabia Saudí, Israel, el interior de China, Rusia y Europa del Este.
En un país marcado aún por los daños provocados, en particular en las ciudades, por los cerca de 400 misiles iraquíes lanzados entre 1982 y 1988, este potencial balístico ofrece la posibilidad de preparar mejor una réplica, incluso un primer ataque, paralizando los medios de reacción del enemigo. Además de esta colección, las fuerzas aeroespaciales de los Pasdarán disponen de cientos de drones, que les sirven para saturar el espacio aéreo y los radares enemigos. Portadores de misiles, han sido utilizados en salvas enteras por los rebeldes hutíes en Yemen (1). El uso de medios de destrucción desplegados en enjambres para desorientar mejor al enemigo se encuentra en el sector naval. La Marina estadounidense ya sabe que, en caso de conflicto, debería enfrentarse a un ir y venir de lanchas motoras rápidas, de minisubmarinos de fabricación local y de aviones de efecto suelo (ekranoplanos), concebidos para volar a baja altura por encima del agua. Por último, los drones de observación iraníes grabaron de cerca en varias ocasiones los navíos de la US Navy cruzando por el Golfo, e incluso portaaviones, entre 2010 y 2017 (2). A mediados de mayo, Arabia Saudí incluso acusó a Teherán de haber ordenado ataques de drones contra instalaciones petroleras en el reino.
Pese a todo, hay que procurar no exagerar con el potencial militar iraní, recordando, por ejemplo, que en 1991 el Ejército iraquí había sido calificado de “cuarto Ejército del mundo” antes de ser vencido en unos días por los bombardeos de la coalición internacional. Ciertamente, el Artesh y los Guardianes de la Revolución disponen de recursos financieros no desdeñables. En 2016, el presupuesto de defensa era de 15.900 millones de dólares, de los cuales un 42% estaba destinado a los Pasdarán. Equivale más o menos al de Turquía o el de Israel, pero queda lejos del presupuesto de su otro rival regional, Arabia Saudí, cuyo incesante gasto militar alcanza los 60.000 millones de dólares. Asimismo, las sanciones estadounidenses, europeas y las de Naciones Unidas han hecho de Irán un paria del mercado armamentístico mundial. Sus principales proveedores son China, Corea del Norte y Rusia, pero esta última da una de cal y otra de arena en función de la coyuntura. De esta manera, en 2016, Moscú se negó a entregar doscientos cazas polivalentes pesados Su-30 y tardó en proveer misiles S300 debido a las presiones de Washington y de Tel Aviv.
Esta exclusión explica el insuficiente equipamiento crónico del Artesh. Por ejemplo, su tanque más potente es el T-72 ruso, en funcionamiento desde comienzos de los años 1970 (se ha modernizado localmente), y el grueso de su arsenal blindado está formado por tanques Patton o Chieftain que datan de las guerras de Corea (1950-1953) y de Vietnam (1955-1975). A la industria militar nacional, construida sobre las ruinas del ambicioso proyecto de complejo militar-industrial occidental deseado por el sha, le cuesta compensar los efectos de las sanciones internacionales. Debido a su incesante actividad y a su presencia en teatros de operaciones en el extranjero, el Cuerpo de los Guardianes de la Revolución desempeña un papel clave en materia de innovación en este ámbito. Su programa de misiles balísticos, aunque heredado de las tecnologías norcoreanas, es su perfecta ilustración.